miércoles, 20 de junio de 2012

El vecino interior

Mis vecinos son gente macanuda. Algunos más que otros, pero en general no joden ni hacen ruidos molestos. Por eso me sorprendió cuando, hace unos cuantos días, empecé a sentir la vibración. Era como si a alguien le hubiese dado por usar un martillo neumático a altas horas de la noche. Y todas las noches lo mismo. La vibración no paraba nunca, aunque, a pesar de todo, lograba dormirme. No tardé mucho en darme cuenta de que no había ningún vecino psicópata intentando atravesar el núcleo terrestre con un martillo neumático desde su jardín. El zumbido molesto empezaba y terminaba en mi cuerpo. En mi oído izquierdo, para mayor precisión, y sólo podía sentirlo en momentos de silencio. La quietud de la noche era uno de esos raros momentos.

El terror de tener algún tipo de enfermedad o dolencia relacionada con los oídos me paralizó. Si no puedo oír, no puedo interpretar, y no podría seguir trabajando en lo que tanto me gusta y que con tanto esfuerzo conseguí. Decidí salir de mi parálisis y pedir hora con un otorrinolaringólogo. Hoy, finalmente, tras cambios de horarios, pude visitar al especialista. Pequeña digresión: es la segunda vez que un médico me cambia una hora porque tiene que asistir a un funeral; voy a empezar a creer que, o bien es verso, o bien no conviene ser amiga de médicos.

Al llegar a la clínica, me mandaron al tercer piso, a hacerme una audiometría. Un simpático joven me puso un pituto en el oído derecho, después en el izquierdo, y apretó unos botoncitos que hacían salir unos sonidos por el pendorchito en cuestión. Después me hizo pasar a una cabina y, tras ponerme los auriculares, mi tarea era repetir palabras que pasaban por mi oído derecho o izquierdo, y decir "sí" cada vez que oía un pitido. El diagnóstico: mi audición es perfecta. Respiré aliviada en el tercer piso. Tras terminar la dichosa audiometría, subí al cuarto piso a que me viera el otorrino, quien vio todo normal en mis oídos, nariz y garganta, y no pudo darme ningún motivo concreto de mi zumbido (excepto, claro, que yo aceptara que me seccionaran la oreja y me extirparan el oído para analizarlo). Con lo cual me fui tranquila, sin tratamiento ni medicación, pero con un gran signo de interrogación en la cabeza.

Sin embargo, mi intriga duró poco. Tras subir al coche, encendí la radio, y oí una vez más que esta noche comienza el solsticio de verano, y es el día más largo del año, y su puta madre. Y entonces todo empezó a aclararse.

En una escala del 1 al 10, ¿cuánto le duele el alma?
Hace tres años, exactamente, justo para el solsticio de verano, tuve una infección en el oído izquierdo. Fui a ver al otorrinolaringólogo, en la misma clínica a la que fui hoy (aunque el médico que me atendió fue otro), quien me diagnosticó otitis y me prohibió terminantemente irme de campamento el siguiente fin de semana, tal como tenía planeado. La fecha del campamento coincidía con el día del padre, y el lugar elegido (al que también iban otros amigos) era a 6.000 pies de altura, con un pronóstico de lluvia de 100%. Sí, 100%. El médico me dijo que si no me cuidaba los oídos, corría el riesgo de desarrollar otitis crónica y otros problemas similares. Además, tenía fiebre, ¡bingo! Cuando volví a mi casa y avisé cuál era mi condición, me encontré con el muro de hielo al que me había acostumbrado a enfrentarme durante esos casi veinte años de convivencia con mi ex marido. Que era el fin de semana del día del padre. Que cómo no iba a irme de campamento. Que no iba a arruinarle el día. Que él se iba igual, con mis hijas, me gustara o no. Y se fue. Y yo me quedé con mi tristeza, mi fiebre y mi dolor de oídos. Tuve todo un fin de semana que se me hizo largo para lo rápido que me resultó decidir lo que no había podido decidir en años. Y el domingo a la noche, a su regreso, le dije a Miguel que quería separarme.

El divorcio siguió rápidamente, y el inicio de una nueva vida que por momentos no fue nada fácil, pero que jamás me encontró arrepentida de una de las decisiones más importantes que recuerde haber tomado. Lo cierto es que, a veces, pareciera que no me hubiera divorciado nunca. El hecho de tener hijas en común hace y hará que tenga que lidiar con Miguel por el resto de mis días. Y mis días recientes tuvieron mucho de lo malo de tener un ex-marido. No me parece casual, entonces, que hayan aparecido zumbidos y ruidos raros. Sin embargo, el médico dice que no hay nada que temer: el 50% de los casos de zumbidos cesan con el tiempo, y el otro 50% permanecen zumbando, sin mayores complicaciones.

No me asusta la quietud de la noche. Mi vecino interior zumbará todo lo que quiera. Yo simplemente lo ignoro, pongo mi música favorita, y bailo, y bailo, y bailo hasta cansarlo y que se quede dormido.

domingo, 10 de junio de 2012

Recuerdos del presente

Cuando no me gusta el destino al que voy (la casa de mi ex marido, en este caso), elijo el camino que más me agrada. Voy por la ruta pintoresca que, aunque un poco más larga, es mucho más hermosa. Disfruto cada curva del camino irregular, dejo que me penetren los sonidos de los árboles, me dejo sobresaltar por los pájaros. Respiro la tierra seca que pide agua a gritos, el graznar de los patos inquietos, tal vez hambrientos (o aburridos, vaya a saberse); imagino, sin ver, el agua helada del río que corre más abajo, ajeno a mi viaje. El paisaje se transforma y me transforma; metamorfosis inesperada. No recorro la montaña: soy la montaña.

Tendemos a olvidarnos de que no se trata del destino, sino del viaje. El camino de vuelta se me hace demasiado corto. El sol cae y el volumen de los sonidos aumenta. Atravesada por el verde de la vegetación que parece haber crecido desmesuradamente durante estos pocos minutos que pasé en el sitio al que no quería ir, sé que disfruté cada milímetro recorrido hasta llegar al punto de máximo distanciamiento. Y ya estoy de vuelta en casa, como si nada hubiera ocurrido nunca.

Es abrir la puerta y darme cuenta de que jamás me despedí al irme de ahí. ¿Y qué? Tampoco nadie me dio la bienvenida cuando llegué.

martes, 29 de mayo de 2012

La fotógrafa que amaba y odiaba las fotos

La mejor y la peor parte de hacer orden es encontrar fotos viejas. Me encanta encontrar fotos de mis hijas cuando eran más chicas, y recordar en dónde estábamos cuando se sacaron esas fotos. Pero no me gusta encontrar fotos de mi ex marido, principalmente porque no sé qué hacer con algunas de ellas. Las fotos en las que aparece conmigo (que se cuentan con los dedos de una mano, y sobran dedos) son las más fáciles: van directo a la bolsa de la basura. Las fotos en las que está solo, con con sus amigos o con compañeros de la universidad no me resultan tan problemáticas tampoco; las pongo aparte para dárselas a él, o al basurero, según mis ganas. Pero las que me provocan conflicto son las fotos en las que aparecemos ambos con alguna de nuestras hijas, sobre todo aquellas fotos en las que aparecemos solamente con Matilda.

Siempre dije, tras separarme, que Matilda (la menor de mis hijas) nunca va a tener el recuerdo de haber visto a sus padres juntos y felices. A diferencia de Vera, que pudo ver, sin duda, a sus padres demostrándose cierto cariño, Matilda nació en una casa dividida. Y así vivió seis años, hasta que finalmente la división virtual se hizo tangible y se transformó en dos padres con dos casas y dos vidas circulando por carriles cada vez más separados.

Es por eso que, al encontrar fotos (que ni recordaba) en las que aparecemos los tres, con "cara de foto", se me hace el nudo en el estómago. Pero no tiene que ver con mis sentimientos actuales, que son muy claros y serenos. Mi vida tiene sentido nuevamente, al encararla en compañía de aquellos a quienes amo y respeto, y por los que me siento correspondida en igual medida. La duda cruel se me presenta en el momento de decidir qué hacer con estas fotos de una familia feliz que no era tal.

La mejor decisión a la que puedo llegar, si bien no es obvia, ni simple, es la única que me tranquiliza en cierta manera. Voy a guardar las fotos de la discordia en sobre cerrado, en la pieza de Matilda, para que algún día ella pueda verlas y decidir por si misma si lo que muestran es verdad o ficción. Pero a ella le pertenecen. Es algo que su padre y yo le debemos.

lunes, 28 de mayo de 2012

Pasame un táper que guardo la pizza que sobró

Tengo 43 años. Me considero una persona educada y escolarizada. El tratar con delincuentes de todas las clases sociales me enseña día a día, aún más, a poder detectar a distancia el tufillo de una estafa. Y, sin embargo, una de las estafas más grandes y mejor sistematizadas, que está perfectamente institucionalizada y que es 100% legal, es la que me resulta más difícil de evitar, cuando te pasan el catálogo después de darte el aburrido discurso. Me refiero a la famosa estructura piramidal, o venta directa, o (como me gusta llamarlo a mí) "sistema Tupperware de te-vendemos-mierda-a-precio-oro".

A pesar de haberme prometido a mí misma que jamás volvería a hacerlo, el jueves por la noche, accedí a concurrir a una de las famosas "fiestas" de venta directa. Aclaración que no justifica nada: la fiesta se hacía en casa de un amigo de Matilda, con lo cual se me presentó la excusa de "llevo a Matilda a jugar a lo de un amigo" que nubló un poco mi percepción de a qué iba yo realmente a este lugar.

"¡En los años 80, esto y la cadena de peluquerías
de Roberto Giordano van a ser furor!"
Lo que aquí se menciona como "fiesta" no es más que un eufemismo por "vamos a venderte algo y disfrazártelo de forma que creas que lo necesitás y querés comprarlo". Estas "fiestas" de venta directa no son más que la ejecución de un sistema piramidal que puede entenderse como estafa, en el que una 'representante' de la empresa en cuestión exhibe una serie de productos de su línea, mencionando las increíbles ventajas de dicho producto (que es sospechosamente similar a infinidad de productos de fácil y mucho más accesible adquisición en cualquier comercio) y entregando catálogos a las asistentes (mujeres, siempre mujeres) que sienten la presión social de comprar estos productos que no necesitan en lo más mínimo. ¿Por qué? Hay una dueña de casa (que no es la que vende, sino que es la "anfitriona" de la "fiesta") que se ve beneficiada con la venta de los productos. Es la anfitriona quien invitó a las asistentes, que son sus amigas o conocidas, y que sienten esta casi inevitable presión social por comprar para dejar contenta a su amiga. Sí, suena como una gran pelotudez, pero les juro que funciona. El que lo inventó no es ningún boludo. Las boludas son, lamentablemente, las mujeres que piensan que pueden ganarse la vida revendiendo estos productos, y subiendo en la escala imposible de la pirámide, con promesas de ganancias que nunca ocurren. Y las boludas somos también, por cierto, las que compramos los productos.

Mi primer tropiezo con el sistema piramidal fue, años atrás, en Argentina. Mi ex cuñada me había invitado a un evento de la firma Amway, y fue sólo pisar ese lugar para detectar el olor a estafa. No sé, tal vez en Argentina estas cosas me resultan mucho más obvias y menos disimuladas, porque a pesar de haber tenido 22 o 23 años en ese momento, pude darme cuenta de que era un engaño feroz, y pude sacarla a ella intacta y sin daños materiales que lamentar (la hora y media que perdimos escuchando a oradores entrenados para seducir a pobres chorlitos, sin embargo, es tiempo en mi vida que jamás recuperaré). O tal vez la estafa era más fácil de percibir, porque esta "fiesta" fue a nivel institucional: no era en la casa de nadie, sino en un edificio de oficinas, en donde funcionaba la tal Amway en cuestión. Es posible también que las estafas en Argentina todavía tengan mucho que aprender de países más desarrollados para poder ser más efectivas. Aunque no dudo de que muchos pobres incautos habrán caído en la trampa y todavía estarán endeudados por eso.

Ya en estos pagos yanquis, en el año 2004, me invitaron a una "fiesta" de Pampered Chef. Recién llegada a Boise, y sin conocer a nadie, acepté un poco a regañadientes ir a la casa de una compañera de trabajo de mi ex marido, más que nada para escaparme un poco de mi angustiante rutina de lavar, cocinar, cambiar pañales y desesperar por no poder trabajar. Terminé comprando varias cosas para la cocina que no necesitaba ni quería comprar, pero en ese momento me importó un pepino, porque tuve dos horas de paz y tranquilidad, sin llantos ni reclamos ni caca que limpiar.

"Y ahora, ¿en dónde carajos guardo toda esta merda?"
En el transcurso de los años siguientes, asistí a varias "fiestas" más: un par más de Pampered Chef, una de Mary Kay, y seguramente alguna más que ni recuerdo. Nada memorable, por lo visto, excepto por el hecho de que siempre, inevitablemente, terminé comprando cosas. Mi billetera salía más flaca y mi conciencia más gorda. Es tan común este sentimiento en este país que hasta tiene un nombre: "buyer's remorse" o el remordimiento del comprador. Jamás había oído hablar de tal cosa mientras vivía en Argentina.

Tras varias "fiestas" después de las cuales llegué a la conclusión de que hubiese preferido haber estado cambiando pañales con caca, me juré a mí misma que jamás de los jamases volvería a asistir a una. Ya no hay pañales ni rabietas infantiles, pero vale más mi tiempo malgastado en mirar el techo que escuchar la sarta de pavadas que es capaz de decir una mujer adoctrinada e ilusa, que piensa que va a poder ganarse la vida endeudando a las amigas de sus amigas.

Así y todo, y creyendo que lo tenía todo controlado, volví a caer en la trampa. Lo que es peor, no sólo fui a la fiesta, sino que terminé encargando una cartera (sí, era una venta de bolsos y carteras) que ni quería, ni necesitaba, ni estaba en mis planes. ¿Cómo pudo ocurrirme esto? Todavía no lo entiendo. Y repito: el que inventó esto sabía lo que hacía.

Dos días más tarde, mientras manejo, volviendo a casa tras una salida de amigas, paso por una esquina y percibo cómo un coche quiere meterse en la avenida por la que circulo y doblar antes de que yo pueda pasar (lo hace medio segundo más tarde, detrás de mí, y me pasa a una velocidad mucho más alta que la permitida). Es un BMW (¿será posible que siempre terminan siendo mis archinémesis estos benditos coches alemanes?) con el sombrerito de Pizza Hut adherido al techo. Me cuesta mucho creer que un empleado de Pizza Hut que hace el reparto maneje un BMW, pero ahí va, el muy salame, a mil por hora para que no se le enfríe la pizza, o para poder irse pronto a su casa, o porque le gusta la velocidad, vaya a saberse... Mi cabeza, sin embargo, elucubra otra teoría: ¿y si no se tratara de reparto de pizza, sino de alguna otra cosa? ¿Sustancias prohibidas, actividad gangsteril, prostitución a domicilio? Mi mitad aventurera (el otro hemisferio de mi cerebro, el polo opuesto al que se deja convencer de la venta de Tupper-mierda) siente la urgente tentación de seguir al BMW, cuando dobla a la derecha un par de calles más adelante. Tengo que decidirlo muy rápido. Si me paso, es difícil dar la vuelta, y voy a perder al posible conspirador disfrazado de repartidor de pizza... pero decido seguir derecho por mi avenida, e ignorar la posibilidad de morir quemada por una bala calibre 45. Rufus Wainwright aparece azarosamente en mi selección musical, con "Grey Gardens", que me acompaña durante el resto del trayecto a casa, y termina justo en el momento en que termino de estacionar el coche en el garage.
"Ma qué pizza ni ocho cuartos. Comprame mis
productos Avon o te meto en el baúl y sos boleta"

Cual película con varios escenarios posibles (referirse a "Corre, Lola, corre" para saber de qué estoy hablando), sé que el desenlace habría sido otro si hubiese seguido al BMW de Pizza Hut. También sé que esta tarde voy a llamar a Anna K, la representante de la venta piramidal de carteras, para decirle que cancelo mi pedido. El recibo dice que tengo tres días hábiles para hacerlo sin cargo. Al fin y al cabo, esto es Estados Unidos. Nadie me va a preguntar por qué lo hago, principalmente porque todos saben que la compra indiscriminada e impulsiva es parte de la cultura popular.

viernes, 27 de enero de 2012

rompecabezas imposible

es fácil adivinar la imagen final cuando faltan
algunas pocas piezas aquí y allá
pero ¿qué pasa
cuando sólo tenemos una, y ni siquiera hay
un marco que la contenga?

en el papel desechable al dorso de una calcomanía (mínima
diminuta enmienda de la fecha de vencimiento
que recibo junto con instrucciones para pegarla sobre
mi credencial profesional)
está escrita la siguiente frase

Y SÓLO SE EXTIENDE

tengo que adivinar el resto
completar la figura a partir de un sólo punto

hasta parece que fuera en otro idioma

o
quién sabe
es un mensaje secreto
y hay alguien que lo envía con un propósito
y hay alguien que conoce su sentido cuando lo recibe

y yo no soy ninguna de esas personas

sábado, 14 de enero de 2012

Quiero, quiero, quiero...

Me agarró algo así como una nostalgia localizada. Vi una foto y de repente me dieron unas ganas terribles de estar en Palermo o Colegiales, caminando por la vereda, respirando el olor inconfundible del verano porteño y permitiendo que la humedad se cuele por todos mis poros.

Si alguien anda por las inmediaciones, ¿no me haría el gran favor de hacerlo por mí?

Se agradece.

martes, 3 de enero de 2012

Now is the winter of our content

El invierno está siendo benigno y generoso por estas latitudes. Nada de nieve aún en el valle. Los esquiadores (los auténticos esquiadores, digo, no yo, esquiadora por conveniencia) están tristes porque todavía no abrió Bogus Basin, nuestro centro local de esquí. Yo, por mi parte, sigo soñando con la primavera (porque con un invierno blando no me alcanza), y trato de disfrutar de los días supuestamente cada vez más largos.

Mi reino por un ratito en la playa. Amigos en el hemisferio sur, no saben cómo los envidio...

PS: Las alusiones a Ricardo III se deben a que ayer vi La chica del adiós. Los que saben de qué estoy hablando, sabrán de qué estoy hablando.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

sueño recurrente

miro y busco
and it's always the same
mismas palabras que aparecen en mi mismo poema

y es un poema diferente cada día
y el poema es siempre el mismo

y cada día leo
clouds of other dreams

palabras
sólo palabras
que aparecen desaparecen aparecen
engulfed by the flames
como si estuviera ensayando mi propia muerte

martes, 6 de diciembre de 2011

My own private Idaho

¿Qué es lo que me provoca esa sensación de viaje, no sólo geográfico sino en el tiempo, cada vez que cruzo desde Idaho a Oregon, y viceversa? Muchas veces me planteo esa pregunta, porque cada vez que cruzo y veo los cartelitos de "Idaho les desea buen viaje" y "Bienvenidos a Oregon" (y los equivalentes a la vuelta), siento como si me estuviera yendo de viaje por un año a un lugar desconocido y hace mucho tiempo. Y cada vez que cruzo, en un sentido y en el otro, me hago la misma pregunta. ¿Qué hay en este cruce de frontera estatal que me hace viajar más allá del simple viaje en coche? Porque lo cierto es que estos viajes son de trabajo, en general involucran una visita a una cárcel o una prisión, y nunca incluyen una estadía nocturna.

"Beam me up, Scotty! I need to return from Oregon."
Image: Salvatore Vuono / FreeDigitalPhotos.net
Hoy me preguntaba lo mismo que tantas otras veces, al volver a ver el mentado "Bienvenidos a Idaho" cuando cruzaba de vuelta. Y ahí es donde la famosa "serendipity" de la que hablaba en otra publicación hizo su aparición una vez más, porque empezó a sonar por los parlantes del coche la canción "Better Days" de los Goo Goo Dolls, y encontré la respuesta. No es que me parezca que viajo en el tiempo: es la pura verdad. Esta vez, viajé seis años al pasado, a fines de 2005. Ese diciembre fue que decidí comprarle a Miguel un iPod nano de regalo de Navidad.

Para los que necesiten algún tipo de explicación, Miguel es mi ex-marido (la RAE dice que ahora se escribe "exmarido", todo junto, pero el guión en el medio le da más categoría de "ex", así que voy a mantener la vieja ortografía, y me cago un pelín en la RAE). En 2005, las cosas ya no andaban tan bien entre nosotros. Hacía cosa de año y medio que nos habíamos mudado a Boise, tras vivir dos años en Iowa City, y la mudanza me afectó al punto de dejarme un año deprimida y sin ganas de nada. Pero en 2005, otra obra de "serendipity" hizo que conociera a Laura, con quien estaba hablando un día en una plaza cuando se nos acercó Sandra, que escuchó nuestro castellano argentino, y cuya aparición en ese momento y en ese lugar cambió drásticamente (y para bien) el curso de mi vida. Es gracias a Sandra y a Laura que me animé a estudiar interpretación, y es gracias a esa serie de coincidencias que hoy me encuentro en donde me encuentro. Pero volviendo a diciembre de 2005, las cosas en mi matrimonio estaban mal, y se me ocurrió comprarle a Miguel un iPod de regalo, y ponerle algunas canciones antes de dárselo. Lo que no sabía yo es que a todo el país se le ocurre hacer compras de Navidad justo antes de Navidad (¡qué desconsiderados!), y había una especie de fiebre por la que no se conseguían iPods por ningún lado. Ya medio tarde, lo encargué por internet al sitio de apple, pero no llegó a tiempo (debería haber llegado el 24 de diciembre, pero llegó un par de días después), con lo cual tuve que entregarle mi regalo a destiempo, y no pude meterle por adelantado las canciones que quería. La única canción que recuerdo que me interesaba especialmente poner en ese iPod era "Better Days" de los Goo Goo Dolls. Precisamente, la canción que empezó a sonar hoy cuando volvía de Oregon a Idaho. Me acuerdo de que quería regalarle esa canción porque, claro, empieza con esta frase: "Y me preguntaste qué quiero este año, y voy a tratar de decirlo de buena manera y claramente: sólo la oportunidad de que, tal vez, tengamos días mejores". Eso era lo único que quería yo a fines de 2005: días mejores con Miguel. La canción habla de un amor un poco más amplio, humanitario, global. En mi caso, era absolutamente personal: era mi intento por salvar, una vez más, lo insalvable. No sería sino casi cuatro años después que ya no habría ganas de salvar nada, y que me decidiría de una vez por todas a vivir mi vida sin él.

Hoy, cuando entraba a Idaho, por ese portal espacio-temporal marcado por el cartel de bienvenida y la canción de los Goo Goo Dolls, tuve un instante de delirio, o ciencia ficción (¿Quién no los tiene? A mí me ocurren todo el tiempo), en el que me pregunté qué habría sentido si me hubiese acostado a dormir el 24 de diciembre de 2005, y me hubiese despertado en diciembre de 2011. Muchos se imaginarán en estado de shock, con seis años más de arrugas, algún lunar que antes no existía, y pánico al despertarse en una cama diferente, a solas, y con un piyama que no recordaban tener. Yo me imaginé que me habría despertado en Idaho, viviendo días mucho, mucho, mucho mejores que esos de 2005.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Sábado multicolor

El "Viernes Negro", que consiste en defenderse de hordas de consumidores salvajes, a horas infaustas de la madrugada y de la mañana del viernes posterior al Día de Acción de Gracias, para intentar obtener un descuento en artículos de consumo, nunca me ha contado entre sus adeptos en ninguno de los diez años en los que me ha tocado estar por estos lares para dicha ocasión. Para más detalles acerca del descontrol absoluto de las masas en estos eventos crueles, basta hacer una simple búsqueda en Google o Youtube: busquen "Black Friday" o "Black Friday madness" y van a tener noticias e imágenes para entretenerse un rato.

Siempre digo que valen más mis horas de sueño que cualquier descuento, por máximo que sea, en cualquier artículo. Y la verdad sea dicha: quienes tenemos una vida medianamente decente, no necesitamos nada, sólo deseamos cosas, bombardeados por los incesantes estímulos para consumir. El dormir, por otra parte, no tiene precio. ¿Y morir en el intento de comprar sábanas de percal egipcio de 400 hilos con un 75% de descuento? Casi tan vergonzoso como morir comiendo sushi.

El caso es que lo que sí necesitaba yo era comprar jabón (sí, jabón, ese para lavarse las manos y demás partes del cuerpo), porque se me estaba acabando. Me di cuenta ayer (y todavía me quedaba un poquito de jabón líquido, aclaremos, en la ducha y en los lavabos de los baños; tampoco es que me estuviera duchando con agua sola), pero decidí dejar la compra para hoy, sábado, a fin de evitar morir, perder algún miembro, u otras consecuencias desgraciadas, en el intento de estar limpia.

Esta mañana, mientras me dirigía al supermercado, atravesando calles mayormente despobladas, noté en el cielo un arco iris entre las nubes. Lo insólito es que no había estado lloviendo. En realidad, cuando me fijé mejor, me di cuenta de que era una nube-arco-iris; el arco iris ERA una nube. ¿Habrá alguien más que esté viendo esto?, me pregunté. ¿O seré sólo yo? Pero no había nadie a mi alrededor para constatar la visión, sólo unos pocos autos vacíos en el gigantesco estacionamiento desierto. Y valga aquí un deslinde de responsabilidades: juro que no había consumido ninguna sustancia que alterara mi estado (iba a agregar "normal" después de "estado", pero qué es la normalidad, a estas alturas, realmente no lo sé, y no estoy dispuesta a iniciar dicho debate).

¿Qué hacer con esto? ¿Con esta visión de la nube-arco-iris? Hay ciertas cosas que no pueden fotografiarse. Me decidí simplemente a disfrutarla mientras durara, y a intentar recordarla mientras pueda.

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Dando gracias?

Image: FreeDigitalPhotos.net
Es domingo a la noche, y recién ahora tengo un minuto para abrir la mochila de Matilda y revisar su cuaderno y las cosas que trajo de la escuela el viernes. El jueves que viene se celebra el Día de Acción de Gracias (EL feriado por excelencia en estas latitudes) y el tema, alrededor de esta época del año, incluye pavos, pastel de calabaza,  indígenas, y cuestiones varias afines.

Al abrir el sobre en el que la maestra manda lo que hicieron durante toda la semana, me encuentro con una hoja en la que había que escribir cómo cocinar un pavo. Bajo el título de ingredientes, Matilda escribió unas cuantas cosas muy apropiadas (léase: pavo, relleno, puré, arvejas, salsa de carne, o "gravy", y demás). Lo que me llama la atención es lo que que mi dulce niña escribió al inicio de las instrucciones para cocinar el mentado menú festivo. Y cito (en traducción mía):

Péguele un tiro al pavo, o compre uno en el supermercado.

Lo que viene después ya no tiene importancia. ¿Quién puede leer lo que sigue después de tal instrucción?

No hay duda: el espíritu del lejano oeste, en el que nos toca vivir, se ha instalado en lo más profundo de mi hija menor.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Once

Rapidito, antes de que se pasen las once del once del once del once, vayan al Once y compren once de algo (también podría ser a las once y once).

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Yo quiero a mi bandera

Cuando me levanto a la mañana, soy un animal de costumbre. Me gusta tomarme primero mi café con espumita, después comerme mis claras revueltas, y finalmente mi fruta. La parte de la fruta es la que suelo variar en mi desayuno, no porque me lo proponga, sino porque elijo lo que parece más lindo en el supermercado. Hoy me toca hacerme una ensalada de banana y frutillas.

Voy a elegir un bowl para la fruta, y lo que encuentro más a mano, en el escurridor de la pileta, es el plato hondo en el que Matilda suele comer sus cereales. En un impulso inicial, me resisto a usarlo, pero no porque sea de Matilda (me extrañaría mucho que le moleste que use su plato), sino por lo que simboliza; tiene los colores de la bandera de los Estados Unidos. Y no sólo los colores: tiene rayas y estrellas con los colores de la bandera. Como para que quede bien claro.

¿De dónde salió ese plato y cómo llegó a esta casa? Para la época del 4 de julio, de modo similar que para la época de todos los feriados, eventos, acontecimientos y fechas comerciales varias, los supermercados y negocios exhiben en lugares clave toda la mercadería "de estación" que acompaña al evento en cuestión. Es interesante aclarar, también, que empiezan a hacerlo ni bien se termina el evento o feriado anterior y muchas veces con semanas y hasta meses de anticipación (ergo, ya desde el 1º de noviembre, día siguiente a Halloween, estamos infestados de arbolitos de navidad, adornos, papanoeles, renos y trineos. En muchos lugares, ya en octubre convivían los productos de Halloween, de la cosecha/Día de Acción de Gracias, y de navidad). Cuestión que cierto día anterior al 4 de julio (seguramente a mediados de mayo, después del aluvión del día de la madre), Matilda y yo paseábamos por el supermercado, y nos topamos con una exhibición de vajilla en colores rojo, blanco y azul, y mi pequeña ciudadana estadounidense me preguntó si podía comprarle el plato para sus cereales.

También recuerdo haber dudado/resistido/padecido un ligero escalofrío en ese momento (todo ocurrió a la vez, sería imposible hacer una cronología de esas tres sensaciones), pero Matilda insistió, y yo estaba en un día con el sí fácil, con lo cual el plato vino a casa, y así se explica la cosa.

Si tuviera que definir de dónde me sale esta resistencia a los colores yanquis, debería relacionarla con la misma sensación que sentía hasta hace poco tiempo con respecto al celeste y blanco, los colores de la bandera argentina. Seguramente (y como en el caso de la polenta, historia que queda pendiente para una publicación futura), todo se remonta a mi infancia. Ese odio supremo a que nos obligaran a usar la escarapela, a reverenciar a la bandera como si fuera un dios de tela intocable, ese morbo de mausoleo de cementerio que se adivinaba en la cara de algunos maestros y directores, cuando por medio de nuestros "símbolos patrios" generaban, de modo inexorable, nuestras conexiones neuronales entre bandera y patrioterismo, bandera y violencia, bandera y enfrentamiento, bandera y guerra, bandera y muerte. Todavía tengo grabadas en mi memoria las imágenes de viñetas con batallones de soldados esgrimiendo estandartes albicelestes, banderas cubriendo negros y brillosos ataúdes y fríos mármoles. Todos a cantar el himno, todos a entonar "Aurora", todos a ponerse la mano en el pecho y jurar, jurar, jurar que amamos a nuestra bandera, aunque no sepamos muy bien por qué prometemos morir por ella.

La paradoja que me hizo volver a abrazar los colores de mi bandera fue mi exilio (no forzoso, aunque sí involuntario) en 2002. Si irse "es morir un poco", sólo bastó que me encontrara viviendo a miles de kilómetros del país en el que nací y viví los primeros 33 años y medio de mi vida, para que la sola mención a mi bandera provocara una sensación de emoción profunda. En mi casa pueden encontrarse (aunque no en estado de exhibición permanente, tampoco se me pongan pelotudos) banderas, banderines, escarapelas, prendedores y demás símbolos con los colores celeste y blanco. Mis hijas los conocen y los reconocen como propios (hasta la misma Matilda, que sabe que no nació en Argentina y que todavía no tiene la ciudadanía conjunta).

Hoy, decidí no regalarles la bandera estadounidense a los patrioteros de siempre; hoy elijo hacer míos sus colores, del mismo modo que hice míos, algún día de 2002, los colores argentinos. Y no me resulta una decisión fácil: este país que adopto y que me adoptó a mí es un país con demasiadas contradicciones, demasiadas cosas que no me gustan, demasiadas decisiones políticas erróneas, demasiados locos sueltos. Pero, ¿no es acaso similar a la Argentina en ese sentido? Contradicciones, cosas que no me gustan, decisiones políticas erróneas, locos sueltos... ¿no estaré hablando del mismo lugar? ¡Claro! Es que estoy hablando del mismo mundo en el que nos tocó vivir a todos.

La banana y las frutillas quedan bien en el plato hondo rojo, blanco y azul. Hasta pareciera que podría agregar unos frutos azules del bosque... Hmm, no, no, no. Tampoco la pavada.

jueves, 3 de noviembre de 2011

La espuma del café

En Argentina, es común leer en los titulares de los diarios que tal o cual causa "volvió a fojas cero". De algo similar se trata cuando un juez declara un juicio nulo ("mistrial") en Estados Unidos. Por diferentes motivos (muchas veces relacionados con la imposibilidad de asegurar que el jurado sea imparcial), el juez resuelve que la causa no puede seguir avanzando y declara el juicio nulo, para alegría de unos pocos, enfado de unos cuantos, y desconcierto y conmoción general en la sala.

Y es, exactamente, lo que a veces ocurre en alguna de las causas para las que me toca interpretar en el tribunal. Tras argumentos de los abogados, y un prolongado y concienzudo voir dire (el interrogatorio para elegir a los miembros del jurado, o para cuestionar su idoneidad durante el juicio), el juez resuelve declarar el juicio nulo; a veces, tras varios días de presentación de pruebas. Taza, taza, cada uno a casa, a elegir un nuevo jurado en un par de semanas, o tal vez en un par de meses, y a volver a empezar...

No debe resultarle fácil a un juez una decisión de este tipo. Muchos recursos, mucho tiempo, mucho dinero, muchas expectativas de una inmensa cantidad de personas están invertidos en un procedimiento de tal calibre, y la declaración de un juicio nulo no es algo que ningún juez puede tomarse a la ligera.

Cuando eso ocurre, resulta fácil caer en la sensación de globo pinchado, en la desilusión de dar marcha atrás para arrancar de nuevo; casi, casi como si nada hubiera sucedido.

Sin embargo, tras el impacto inicial, llega la reflexión y la aceptación de que la justicia no siempre se ve cuando "se hace", sino que aparece algo después, clara como el agua, tras haber juntado los bártulos, haber bajado los seis pisos en ascensor, haber subido al coche, y haber terminado en un antro de perdición como el Flying M, en donde siempre asoma, contundente, la justicia de un café fuerte con mucha espuma.

viernes, 28 de octubre de 2011

Nada se crea, nada se pierde, todo se transforma

Es lo que pensé al leer el titular de la nota de La Nación: "El que compra dólares con el sueldo o la jubilación hace mal negocio" (ver acá para más datos).

¿Quién se acuerda de la famosa frase "El que apuesta al dólar pierde"? Premio virtual para el que acierte quién fue el autor.

Karma (parte I)

Tras un día agotador, que prácticamente pasé en su totalidad adentro de la cárcel del condado de Ada, con un breve intervalo para ir al correo y tomarme un té y un sandwich (sí, opté por un pseudo-almuerzo pedorro; nada de sushi por esta vez), volví a casa por la autopista I-84. Hay algo de "road-movie" en mis trayectos por la autopista, por más breves que sean; no sé si a causa de la música que sale de los parlantes del coche, por los caprichos del azar del "shuffle", o si porque tras tantas horas de interpretar e intentar establecer la comunicación entre la gente, mi cerebro se comporta como una torta frita. El hecho es que disfruto de la recientemente renovada sección que me lleva a mi casa, ensanchada a cuatro o cinco carriles, lo que parece darle a la ciudad una categoría un poco más cosmopolita y de "gran urbe".

Así estaba, manejando y permitiendo que mi torta frita cerebral divagara en boludeces, cuando veo frente a mí un coche que a nadie más que a mí le llamaría la atención. Bueno, hay un detalle en particular que seguramente llamará la atención de algunos (como seguramente es la intención de la conductora del coche en cuestión), porque es un BMW de color azul metalizado, cuya chapa personalizada dice, por si no nos dimos cuenta de la marca, "BMW". ¿Por qué me llama la atención, más que al promedio de la gente, este coche con una chapa tan anal? Porque se trata del mismo coche, ni más ni menos, al que choqué en marzo de 2009. Para los que no conozcan la anécdota, paso a relatarla (y para los que la conozcan, se joden y la escuchan otra vez).

Ese fatídico día, por motivos que no vale la pena mencionar, me encontraba profundamente alterada y (resulta fácil decirlo ahora) no debería haber estado manejando. Llegué a una intersección con un "Stop" (hay que parar, aunque no venga ni la sombra del fantasma de un coche) y seguir. El coche de adelante paró (sí, la señora del BMW con la chapa en cuestión, llamémosla "la vieja BM"), yo paré detrás, e ipso facto aceleré y le dejé el baúl como un acordeón. Mi estado mental de alteración profunda me ampara, y me permito omitir mi propia explicación de por qué aceleré antes de que la vieja BM lo hiciera (aunque podrán imaginar que estaba en un estado de falta de coordinación pies-cerebro). Mi humilde Mitsubishi 4x4 había sido más fuerte que su paquete y frágil BM, y cuando la vieja BM salió del coche, dio la vuelta y vio el estado de garche en que le dejé su sección trasera, procedió a increparme del modo más vil y grosero del que tenga memoria que alguien me haya increpado alguna vez en mi vida.

-¡¡HIJA DE PUTA!! ¡¡Mirá lo que le hiciste a mi coche!! ¡Era un coche hermoso!- me gritó, entre otras cosas igual de lindas, que incluían la mención de mi puta madre y su hermoso coche.

Yo seguía adentro del mío, en estado de shock, con lo cual atiné a omitir mi opinión de que tal vez lucía mejor ahora, con el baúl acordeonado, que antes, un BMW aburrido y soso, pero decidí seguir escuchando mientras pensaba qué tipo de acción tomar (salir corriendo, llamar a la policía, visitar el negocito de la estación de servicio que estaba al lado y comprarme una coca diet...) La vieja seguía insultándome con todo el diccionario, y los coches se acumulaban detrás mío, con la clásica parsimonia idahoense: sin emitir ruidos, bocinas ni señal de impaciencia alguna. Nos pasaban por el costado y seguían viaje. Tal vez algún curioso me reconoció detrás de mis anteojos estilo Jack Nicholson que no me ayudaban a ocultarme y permanecer muy anónima que digamos. También recuerdo que tenía las uñas de las manos pintadas de naranja (yo, no la vieja BM). No viene a cuento y no tiene nada que ver, pero es una de esas pelotudeces que recuerdo sin saber por qué.

Al fin, me decidí a llamar al 911, temerosa de que la vieja BM se pusiera físicamente violenta, tras la diarrea de violencia oral. No quise mover mi coche hasta que no apareciera un cana, y no quise bajarme tampoco. Tras unos minutos en los que la vieja BM iba y venía de su coche al mío, mirando su coche y puteándome en sucesión constante (hasta imagino que habrá dejado un rastro en el asfalto), se ve que se le pasó un poco la ansiedad de su joyita, su bebé, su maravilla arruinada por esta ingrata bastarda, y se acercó hacia mi ventanilla una vez más, intentando una especie de disculpa.

-Lo siento- empezó a decir, y me tocó en el brazo que yo tenía apoyado en la ventanilla.

-Vos a mí no me tocás- fue lo único que atiné a decirle a la vieja BM, tras rápidamente retirar mi brazo con una sensación de asco e impotencia porque me había tocado. A veces, mis reacciones son demasiado yanquis. Aunque esta vez también hubo un poco de sentido común. ¿Quién disfruta si lo toca un ser anal, violento y con los pelos rubios teñidos electrizados como si hubiera puesto los dedos en el enchufe?

Para hacerla corta: vino la policía, nos corrimos a un estacionamiento a la vuelta, el cana nos interrogó por separado, y me hizo la multa, que pagué religiosamente (jamás negué que fuera mi culpa, y mi seguro se hizo cargo del baúl acordeonado de la vieja BM).

Ayer, al volver a ver el BMW en cuestión, y a la vieja BM al volante, ya desde mi Prius (el Mitsubishi pasó a la historia en noviembre de ese mismo año del choque), sentí lo que siento casi siempre que paso por la intersección en donde ocurrió el accidente: sonrío desde adentro hacia afuera, cómplice conmigo misma, pensando cuánto mejor es mi vida ahora que en la época del mentado choque.

Seguí por un rato a la vieja BM, que bajó en la misma salida que bajé yo, se adelantó vilmente (al estilo argentino, podría decirse) por el carril incorrecto a todos los que íbamos por el correcto, y se perdió en la lejanía.

jueves, 27 de octubre de 2011

Serendipity

¿Qué quiere decir "serendipity"? Según mi eterno compañero de aventuras, alias el diccionario, "serendipity" es (y traduzco) "la ocurrencia y desarrollo de eventos por casualidad, de un modo agradable o beneficioso". También, según el diccionario, su origen se remonta al año 1754, en el que Sir Horace Walpole escribió Los Tres Príncipes de Serendip, un cuento de hadas en el que los protagonistas "siempre descubrían, por accidente o por sagacidad, cosas que no estaban buscando". Algunos sugieren traducirlo como "serendipia", pero a mí me suena asqueroso, así que lo dejo tal cual, en inglés.

Esta mañana, mediante lo que podría entonces denominarse "serendipity", descubrí el misterio de qué hacer cuando se está intentando separar las claras de las yemas, y una de las yemas agarra, la muy puta, y se rompe y se mezcla con la clara. ¿Es posible separarlas en ese punto? La solución se me apareció, tan simple como profunda, por obra de "serendipity": hay que joderse.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Comentarios, comentarios

En un acto impulsivo de los que me caracterizan, y a pedido de mi numerosísimo público (de cuatro), en este  humildeperoemotivoacto quedan habilitados los comentarios. Se me portan bien, carajo, o tendré que anularlos.

La ubicuidad de lo inútil

De artefactos inútiles está plagada la viña del Señor. O, por lo menos, el mundo virtual, como bien puede verse en la más que modesta recopilación que el Huffington Post hizo, hace cosa de año y medio, de los artefactos más inútiles de la década. Claro, en esa lista es muy fácil darse cuenta de la inutilidad de dispositivos sin mayores pretensiones (y mi favorita, sin dudas, es la piedra mascota. ¡Quiero una YA!)

Pero cuando algo se hace pasar por útil, y es completamente inútil, es cuando el asunto se pone enfermizo. Miren, si no, este maravilloso adminículo que permite hervir huevos sin cáscara, porque todos sabemos qué terrible e injusta es la vida cuando hay que pelar los huevos duros.

Prontuario

Vuelvo a Fujiyama por primera vez, tras mi reciente coqueteo con la muerte, y me siento en una silla en el bar, como es costumbre cuando voy sola. Esta vez se me hizo un poco más tarde, y el restaurante está bastante concurrido, pero el bar está casi vacío. Elijo en donde sentarme, y pido mi típica ensalada de verdes y un roll de atún picante (nada de nigiri por hoy).

Notablemente, Jason está detrás del mostrador, como aquel fatídico día, preparando el sushi con sus manos expertas. El roll sabe divinamente, y tras terminar mi almuerzo y mi té verde (hace frío para Coca diet), me distrae un comensal que se sentó justo al lado mío, ¡como si faltara lugar!

-¿Estaba bueno?- interrumpe mis pensamientos con su pregunta de perogrullo.

-Espectacular, como siempre- decido responderle, tras haber meditado unos instantes en contestarle algo un poco más sarcástico y menos obvio. Lo que hace que me contenga es ver cómo Jason deposita frente a este buen hombre un plato lleno de nigiri de salmón. "Que haga su propia experiencia", pienso, y me retiro sin mayor parsimonia que un breve pero sentido agradecimiento silencioso por seguir viva en este mundo de gente tan arriesgada.

domingo, 23 de octubre de 2011

Reelección en Argentina

Qué puedo agregar. ¿Tenemos los dirigentes que nos merecemos? ¿También se aplica a los que nos fuimos?

martes, 18 de octubre de 2011

Mi calcomanía de Barack Obama

Recién pegué en el paragolpes trasero de mi coche una calcomanía que dice "Barack Obama 2012". Estoy lista para que me bombardeen con preguntas acerca de por qué apoyo su reelección. Mi respuesta es muy clara y simple: prefiero que Obama, con todos sus defectos, sea reelecto, a tener cualquier presidente republicano (y los precandidatos me dan miedo).

Por más mal que esté todo, es claro que con un loco de presidente (cómo olvidar a Dubya) sería todavía peor.

Apoyo la reelección de Barack Obama. Que se sepa.

viernes, 14 de octubre de 2011

Death by Sushi

Tras meditarlo profundamente (durante cinco segundos), he decidido contar esta experiencia, tal vez con la esperanza de salvar alguna vida, si alguien se encuentra en una situación similar a la mía de hace unas semanas.

En mis numerosas y frecuentes visitas a la cárcel del condado en el que resido, me encuentro cerca de uno de mis lugares favoritos para comer sushi, llamado Fujiyama. Voy relativamente seguido, dado que a veces cuento con poco tiempo entre visitas, con lo cual tengo una especie de categoría VIP: todos me conocen, y además saben que suelo estar apurada. Por otra parte, quien se precie de conocerme de verdad, sabe que no me arreglo ni con una hamburguesa pedorra de plástico, ni con un café con una dona como almuerzo. Necesito comida más o menos saludable, y que me genere un mínimo de satisfacción para seguir adelante con el resto del día. Fujiyama, entonces, es mi lugar ideal para un almuerzo rico y rápido.

Cuando voy sola a Fujiyama, me siento en la barra, y a veces los Sushimen (muchos de ellos, oriundos de Vietnam) me preguntan cómo se dice tal o cual cosa en castellano, y yo les pregunto a ellos cosas de su idioma, su cultura, etc. Tengo "coronita" (porque suelen darle prioridad a la preparación de mi almuerzo, incluso con el local lleno) y les dejo propinas tan sabrosas como el sushi con el que alimentan mi estómago y mi cerebro. Y todos quedamos contentos.

Cuestión que en una de mis visitas recientes, me senté en la barra, como siempre, y el Sushiman de turno era nada más ni nada menos que el dueño (o quien yo creo que es el dueño). El local estaba semi-vacío, porque todavía era temprano, y me gustaba la idea de comer tranquila sin demasiado alboroto a mi alrededor, antes de volver a la cárcel para una larga visita (que también tuvo sus consecuencias, que serán motivo de otra publicación).

El Sushiman/presunto dueño del restaurante se llama Jason (o ese es su nombre occidental), y pocas veces se lo ve detrás del mostrador preparando sushi. Suele estar sentado en una de las esquinas de la barra, con vista a la puerta, relojeando todos los movimientos del local. Pero esta vez Jason iba a preparar mi sushi, lo cual sentí como un gran honor. Y se ve que Jason también estaba emocionado por ser mi Sushiman de turno, porque me preparó mis cuatro nigiri (dos de salmón, dos de atún, mis favoritos) en un abrir y cerrar de ojos.

Cuando me inicié en el sushi, allá lejos y hace tiempo, en Buenos Aires, una cosa que oí y que, por algún motivo, se quedó pegada en mi cabeza, es que las piezas se comen de un bocado. Nada de andar cortando o trozando las (ya trozadas) piezas de sushi. "Es ofensivo para el Sushiman" me dijo una vez alguien (a quien no respeto mucho en realidad), y a pesar de jamás haber intentado constatar dicha aseveración, extrañamente, la incorporé como propia. Me meto toda la pieza de sushi, por más grande que sea, en la boca, y le demuestro mi respeto al Sushiman, aunque el tipo esté en el baño y no pueda verme cuando me zampo su obra maestra.

Pero claro, Jason, en su afán de complacerme, me preparó cuatro nigiri que parecían más bien cuatro bifes de chorizo, por el tamaño que tenían. Los tres primeros no ofrecieron mayor inconveniente, y los deglutí con pasión, intentando saborear la exquisitez del sabroso pescado combinado con el arroz, la salsa de soja y el wasabi. Pero al llegar al cuarto y último nigiri, pasó algo extraordinario. Cuando digo "extraordinario", quiero decir exactamente eso: fuera de lo común. Y es que casi me muero.

Me metí el nigiri, todo entero, en la boca, y de pelotuda que soy nomás, me lo tragué casi sin masticar. ¿Que por qué lo hice? ¿No acabo de decirles que de pelotuda que soy, nomás? No le encuentro otra explicación. Me encanta el sushi, y por más apurada que esté, trato de no apurar la comida, sobre todo si se trata del último bocado de algo espectacular.

"Me lo tragué" dice la pelotuda. No, no me lo tragué; por lo menos, no inicialmente. El nigiri en cuestión se quedó atravesado en mi garganta (¿en mi esófago, tal vez?) a medio camino entre recuperar su libertad por el orificio por el que había entrado, o seguir su ruta para iniciar el ciclo de la digestión. Estaba ahí, atrancado, y no se movía para ningún lado.

Muchas veces, en la literatura o en el cine, cuando un personaje está a punto de morir, o en una situación que lo pone al borde de la muerte, se ofrece la imagen de que la vida entera de esa persona pasa por delante de sus ojos, en un segundo. Permítaseme decir que no fue eso, exactamente, lo que me ocurrió a mí. Lo que me ocurrió fue que pensé "Mierda, voy a morirme comiendo sushi. Qué tarada". Tras un par de segundos que se hicieron eternos (eso sí es igual que en las películas), me puse de pie rápidamente, y pensé "¡Tengo que pedir ayuda! ¡No puedo morirme así! ¡Quiero ver crecer a mis hijas, quiero volver a ver a mis padres y a mi hermano, quiero decir 'PUTOSSS' una vez más con Henar, quiero envejecer al lado de alguien que me ame, y quiero seguir comiendo sushi por muchos años más!" No sé si fue porque Jason me clavó la mirada (y cuando Jason te clava la mirada, te atraviesa con su sable de samurai), o porque el mismo movimiento de pararme ayudó, de alguna manera, a empujar el atascado nigiri a que siguiera su curso natural, hacia abajo a través de mi esófago, pero el hecho es que me lo tragué, finalmente, y no me morí, como podrán apreciar, porque estoy escribiendo estas líneas.

Jason parecía demandar una explicación a mi comportamiento repentino. ¿Qué era eso de pararse de golpe? ¿Tan apurada estaba la señorita argentina, que tenía que irse tan rápido? El hecho es que el atoramiento había durado unos pocos segundos, y nadie (de los pocos parroquianos presentes) pareció darse cuenta de que casi tienen que llamar a la ambulancia, a los bomberos y al forense. Y Jason parecía seguir demandando una explicación con sus ojos punzantes incrustados en los míos, que a esta altura ya estaban semi-llorosos.

"Nada, le puse mucho wasabi", atiné a inventar de la nada, mientras me sentaba nuevamente. Evidentemente, el estrés no ayudaba mucho a mi funcionamiento neuronal. Estaba temblando, y sonó como una excusa muy poco creíble. Pero no para Jason, quien pareció satisfecho con mi comentario y volvió a dirigir su mirada a su cuchillo y su mesa de preparación.

Me quedé unos minutos sentada, a pesar de que ya era hora de irme, intentando reflexionar sobre lo ocurrido en los instantes previos. Sí, casi me muero con un nigiri en la garganta. Pero lo menos digno de una muerte tan poco digna era pensar que ni siquiera había podido disfrutar de mi último bocado.

jueves, 13 de octubre de 2011

Condición sine qua non

La defensoría federal del estado de Oregon se comunicó conmigo para ayudar a uno de sus abogados en una visita a un centro correccional que queda muy cerca del límite con Idaho, con lo cual les conviene pagarme mi viaje en coche, de hora y media, desde Boise, en lugar de llamar a algún intérprete de Oregon (que seguramente estará más lejos que yo de Ontario, la ciudad en cuestión).

Me dirijo al sitio web del centro correccional para buscar la dirección, y curioseo la página en la que dictan las reglas para los visitantes. Me llama la atención, bajo el título "Protocolo en la sala de visitas", la sección de ropa. Además de las reglas obvias, como la prohibición de usar minifaldas, o escotes pronunciados, o indumentaria que pueda asociarse con cuestiones culturales controvertidas (pandillas, camuflaje, frases ofensivas), hay una regla que dice "los visitantes tienen que usar ropa interior".

Ahora, yo me pregunto: ¿cómo saben que todos están cumpliendo con esa regla? ¿Elegirán visitas al azar y las obligarán a desnudarse, para constatar que cumplan con la obligación? ¿Tienen cámaras con visión de rayos X instaladas en las salas de visita? ¿Utilizan oficiales caninos (léase: perros) entrenados para detectar bombachas y calzoncillos?

Por las dudas, tengo toda mi ropa interior limpita y puedo elegir tranquila. No sea cuestión que me ocurra lo que siempre me ocurre en mis visitas a los correccionales y cárceles: el famoso "no tengo qué ponerme".

domingo, 9 de octubre de 2011

Placeres varios

Matilda disfruta de un rico chocolate, mientras leemos juntas en Barnes & Noble. Tras lo cual, y de vuelta en casa, se da un baño y me pide que le corte el pelo. Mi única experiencia con las tijeras y el cabello fue en mi propia cabeza, hace como unos quince años, ocasión tras la cual tuve que acudir de urgencia a la peluquería, a que remediaran el experimento fallido. Pero Matilda no parece asustarse por mis antecedentes, y su tranquilidad me genera confianza: antes de que alguna de las dos se arrepienta, empuño las tijeras de mi escritorio (si mi casa se caracteriza por algo, debería ser porque tengo un par de tijeras en casi todos lados: cocina, escritorio, baño, cuartos de las nenas... ¡dios no permita que no encuentre un par de tijeras cuando las necesito!) Cuando termino, miro lo que la revista Billiken llamaría "modelo terminado". No quedó nada mal, me digo, y me doy, incrédula, una casi imperceptible palmadita en la espalda, mientras mi hija sonríe frente al espejo.

En plena lectura, antes del arriesgado pedido

sábado, 8 de octubre de 2011

La Paz y La Guerra

cuando abrimos la puerta, nos en-
sor-
de-
cemos
con el ruido de los aviones
que pasan rasantes
uno, dos, tres aviones

los ejercicios militares
nos sorprenden y el ruido
del primer avión es como una
escupida en la cara
patada en el estómago
una explosión de mal gusto
amplificada involuntariamente por la humedad
furiosa, desafiante
de la primera tormenta del
otoño
tardío

también, tardíamente, nos preguntamos
cuánto faltará
para dejar de vivir en un país, en un mundo
en guerra permanente
consigo mismo

miércoles, 5 de octubre de 2011

¿Debería ahorrar para mandarla al analista?

-¿Para qué sirve Shakespeare?

Matilda me sorprende con su pregunta, más que nada porque pronuncia a la perfección el apellido del bardo, y no sé muy bien qué respuesta está buscando. Tardo unos segundos en darme cuenta de que se refiere a una aplicación del iPhone (que suele birlarme para curiosear los pocos juegos que tengo).

Se me ocurren infinidad de respuestas a la pregunta de "para qué sirve Shakespeare" (la que más me gusta es "para tratar de entender este mundo de locos"). Le explico, sin embargo, y sin mayor ironía, que la aplicación contiene las obras completas del autor de Romeo y Julieta.

-¿Conocés la historia de Romeo y Julieta?- le pregunto a la vez, sin saber muy bien a dónde va a ir a parar nuestro diálogo (como siempre).

-Sí, es la historia de un gnomo que se enamora de una igual a él, pero las familias no se quieren. Al final se casan.

-Hmmm, más o menos, algo así, eso es la película "Gnomeo and Juliet", ¿no?- Veo que Shakespeare ya hizo su aparición en la vida de mi hija de ocho años, me guste o no la forma que adoptara para hacerlo. Siento que hay que hacer algo urgente-. La historia es un poquito diferente. Termina mal. Es una historia triste. ¿Te gustaría ver la historia original?- y apenas pronuncio esa última palabra, me doy cuenta de mi error. ¿Qué historia original? ¿A qué me refiero? ¿A que tiene que leer a Shakespeare? ¿O buscar sus antecedentes? ¿O ver alguna puesta en escena en Londres? ¿O ver alguna de las chiquicientas versiones cinematográficas, incluyendo la de ballet, con Nureyev y Margot Fonteyn? Antes de que termine de cuestionarme mi propia pregunta, Matilda me contesta con un rotundo "¡SÍ!" y se me ocurre, entonces, apelar a lo único que tengo a mano, aparte de la aplicación del iPhone, que es la película de Baz Luhrmann en DVD. Me fijo cuál es la calificación (porque todavía no la vi, es un regalo que estaba esperando el momento adecuado, que bien podría ser este) y es "PG13". Tengo mis dudas, más por la violencia que pueda tener que por las escenas amorosas.

-Perfecto- le digo a Matilda-. Acá está. Esta es la versión original.

Mientras vemos la película, extasiadas en nuestras diferentes lecturas, pienso en la famosa frase "Nada se crea, nada se pierde, todo se transforma". También pienso que el verdadero arte, por más violento o crudo que sea, no puede hacer daño. Y tengo la certeza de que estamos apreciando una verdadera obra maestra.

martes, 4 de octubre de 2011

Consejos de una vieja vizcacha

-Si te duele la cabeza- me dice Matilda-, no pienses en un castillo, porque te va a doler más. Recién probé.

Y le creo. Un rato más tarde, pongo a prueba su consejo, porque Vera está haciendo unos sonidos agudos insoportables, y empiezo a sentir el dolor. Pienso en un castillo, porque me acordé de que me dijo que no lo hiciera, y no me sorprendo cuando la jaqueca se agudiza.

El castillo que se me aparece es lúgubre, oscuro, de muros semi-derruidos y sombras grises o azules. Hay un líquido que parece petróleo derramado en uno de los lados, y no hay foso con pirañas ni reptiles, pero hay buitres sobrevolando las torres.

-¡Mamá!- me grita Matilda, alarmada-. ¡Te dije que no pensaras en un castillo! ¡Y estás pensando en uno! ¿Por qué?

Pero nunca tengo respuesta para sus mejores preguntas.

Sin derecho a réplica

-¿Cómo hostias te manda una un mensaje o te deja un comentario en el blog?- me pregunta Henar.

-Con un acto de fe- le respondo.

Como ya lo comenté en ocasiones varias (remitirse a esta publicación, y a esta, por ejemplo), tengo deshabilitada la opción para que mis lectores (qué optimista que soy, pienso en plural) dejen comentarios.

Algunos dirán que mi escritura se trata de mirarme mi propio ombligo. Y tienen razón. Con lo cual, no quiero decir que se queden callados la boca, mi querido público lector, sino que se sientan con total libertad de enviarme sus comentarios a mi casilla de correo en yahoo o gmail (mi nombre y apellido todo junto, pero con una sola "a" en el medio, arroba yahoo o arroba gmail, la que se les cante el moño).

Por otra parte, me encantaría que alguno de estos textos con ínfulas injustificadas de premio Pulitzer les genere ganas de escribir algo, o de decir algo en respuesta. Me sentiría muy orgullosa de ser la responsable de que inicien su propio cuaderno virtual.

lunes, 3 de octubre de 2011

Fecha de vencimiento

En una de las escenas finales de "El vengador del futuro" (otra espantosa traducción de un título de película, "Total Recall" en este caso), Douglas Quaid, alias Hauser (encarnado por Arnold Schwarzenegger) pone su mano en un dispositivo fabricado mucho tiempo antes, para encender un reactor que supuestamente permitiría crear una atmósfera de oxígeno en Marte. La pregunta que siempre me hago cuando veo (o recuerdo) esa escena es cómo saber que el aparato va a funcionar. ¿Es una cuestión de fe creer que algo que se creó mucho tiempo atrás y quedó abandonado puede todavía reaccionar del modo esperado? ¿No estará oxidado? ¿No se habrán atrancado los engranajes?

Esto se aplica a mí misma, en situaciones cotidianas, de las más simples a las más complejas. Desde utilizar una función en mi computadora, o teléfono, que jamás usé hasta ese momento, pasando por el encendido de los regadores todas las primaveras, hasta la posibilidad de escribir una buena historia, cuando desde hace años que no escribo ninguna. Demasiados años.

Pero, como Quaid, soy optimista. Me resisto a creer que mis mecanismos de escritura se hayan inutilizado con el tiempo. La comparación con el añejamiento del vino es un cliché que ya me tiene harta, con lo cual me remitiré a decir, lisa y llanamente, que la creatividad no debería tener fecha de vencimiento, sin importar cuántas décadas hayan pasado desde su último uso. Como Quaid, pongo la mano en el dispositivo, y me entrego.

El frío, la Real Academia y los pichones

Se me ocurre una frase que quiero decir, pero tengo dudas sobre la existencia de una palabra. ¿Cómo saber si existe tal palabra? Desde el segundo en que el diccionario de la computadora me la subraya con rojo, sospecho que no. De todos modos, lo intento y busco en el Diccionario de la Real Academia Española (todo con mayúscula, no sea cuestión de ofender a ninguno) y tampoco aparece. Hago una búsqueda en Google (que viene a ser Dios, pero siempre después del DRAE) y me da "0 resultados" y me propone más bien otra palabra que se escribe ligeramente diferente, y que es en portugués, y que en realidad no tiene nada que ver. Mi método científico es breve y conciso, aquí termina mi búsqueda, y con resultados más que excelentes: acabo de inventar el verbo "apichonar".

¿Qué es "apichonar"? Es obvio que proviene de "pichón", palabra que, como lo sabe todo hijo de vecino, quiere decir (y cito al DRAE)

(Del it. picciōne, y este del lat. pipĭo, -ōnis).
1. m. Pollo de la paloma casera.
2. m. afect. coloq. Persona del sexo masculino.

De lo cual se deduce (con el mismo método científico que apliqué anteriormente) que si mezclamos la acepción 1 con la 2, nos queda la definición de un hombre polludo. O pollerudo. O sea, cagón. Que eso sí que existe (no veo rayitas rojas subrayándome nada) y sabemos muy bien qué es. Si se olvidaron, pueden proceder al DRAE, e ir directamente a la segunda acepción (salteándose la de exonerar el vientre muchas veces): "Dicho de una persona: muy medrosa y cobarde".

El contexto de mi nuevo verbo, "apichonar", es el frío del invierno que se acerca inevitablemente, como todos los otoños. Y lo que quería escribir desde hace cuatro párrafos y no podía hasta ahora (en que dejé bien asentada no sólo la existencia, sino también el significado de mi palabra) es que EL FRÍO NO ME APICHONA.

El frío no me apichona. Este año, decidí que ya no le tengo más miedo, y que no me voy a enojar cuando llegue (que, por lo que sospecho, será pronto).

domingo, 2 de octubre de 2011

Cero horas, dieciocho minutos

(21 de julio de 2011)

Ya es jueves, día de recolección. Saco la basura, y cuando termino de empujar el tacho con rueditas hasta la vereda, veo, a lo lejos, la silueta de lo que parece un coyote, tal vez un lobo, que trota por la calle. Más bien se diría que vi un fantasma. Masa incorpórea, nube de pelos... ¿Vi, o me vieron? La media luna amarilla, apenas borroneada por unas pocas nubes, de una perfección egoísta, me mira y se ríe, como siempre. "Andá", pareciera decirme la muy desgraciada. "Andá, metete otra vez y ponete los auriculares. Seguí perdiéndote este espectáculo". Y yo, que nací para someterme a sus caprichos, le hago caso y me voy.

Memoria y Traición

(2 de enero de 2009)

Me sorprendió ver mi nombre, hace pocos días, como supuesta traductora de un cuento de Philippe Djian que no traduje yo (el enlace a la publicación digital original ya no funciona). Mi viejo me mandó, todo orgulloso, el enlace en cuestión, para que yo viera lo que (pensaría él) no le había contado: una traducción mía publicada en el suplemento cultural de un diario argentino. Me quedé helada.

Primero, pensé que se trataba de una broma de mis viejos, del día de los inocentes (esto salió publicado el 28 de diciembre, y yo les había hecho una broma a mis viejos ese día; pensé que se quedaron algo calientes, y me retrucaban con algo que me diera un poco de escalofríos).

Después, cuando me juraron y recontrajuraron que era auténtico (y cuando les creí), se me ocurrieron tres teorías acerca de por qué figuraba mi nombre:

1) Existe otra Diana Arbiser en este mundo, que además TAMBIÉN es traductora (opción más descabellada, pero no por eso menos probable), o bien,
2) alguien que me conoce me quiso hacer una broma, o, finalmente,
3) alguien se afanó esta traducción (¿este cuento ya estaría traducido al español?) y, para protegerse y no poner su nombre, puso el mío (esta opción puede combinarse con la opción 2, porque tiene que ser alguien que me conoce, no se explica, si no, cómo figura mi nombre ahí).

Algo, no sé qué, me hizo pensar en Sergio Olguín. Le escribí, confiando en que él (escritor, periodista y ex-director de la "V de Vian", revista con la que yo colaboraba en los años 90, como fotógrafa y traductora) podría averiguar la respuesta. ¿Habría yo hecho esa traducción para la "V", allá lejos y hace tiempo? No, no era posible, tendría que recordarla; no sólo por lo exótico del cuento, sino por lo mala que es la traducción.

Le escribí sin demasiadas esperanzas; las tres direcciones de correo electrónico que conservo de él tienen, sin duda, más de dos años de antigüedad, y eso (lo sabemos) es la prehistoria en el ciberéter. Me atrevería a apostar a que su padre sigue viviendo en la misma casa de siempre en Lanús, pero no a que Sergio sigue conservando alguna de estas direcciones de correo.

La providencia quiso que no realizara mi apuesta a viva voz, porque muy mal me hubiera ido: recibí una respuesta enseguida. Me resultaba muy guarango ir al grano sin un "Hola, ¿cómo andás, tantos años?" Pero fui guaranga, y mucho, porque la situación lo exigía. Mi mente ya maquinaba pedidos de hábeas data para ver quién habría robado mi identidad. Empiezan por poner tu nombre en una traducción apócrifa, ¿qué sigue después? ¿Robo de datos bancarios? ¿Impuestos impagos atribuidos a mi persona? ¿Hijos no reconocidos? Le planteé a Sergio mi dilema y quedé encomendada a su buena voluntad para que me averiguara qué carajos era este complot internacional contra mi persona y mi buen nombre.

Mi paranoia fue a dar de bruces (junto con mi orgullo por mi "memoria brillante", de la que trato de no hacer alarde sin demasiado éxito) cuando Sergio me dijo que yo había hecho esa traducción. Que desde hace un par de meses, es el responsable de la sección de cultura de ese diario y eligió publicar el cuento de Djian que yo había traducido del francés para la "V", quién sabe cuándo.

Todavía en estado de semi-conmoción, sigo sin entender cómo pude haber olvidado que traduje ese cuento. Lo leo y lo releo y no logro recordar nada. Y sigo pensando, como pensaba antes de saber que era mía, que la traducción da lástima.

Bueno, alguna publicación en inglés tenía que haber

(July, 2009)

So my two bookshelves collapsed, and in the middle of the chaos of rubble, torn books and shattered glass, I found my old magnetic poetry set.

Totally ignoring the task of cleaning up this ridiculous mess, I sit down with the board on my lap, looking at what survived:

look above
snow here
when
color melts our
dream will have to
take off too

if time could always be
a sky petal

they sizzle and shiver
as rain falls
like fire

all I ask from you is to
remember

cry between morning and night
did we keep a dance
which or how

my only wedding is
with nature

party
every day
month season

summer
springing

child
and green and
never
dark


I know there was more. All gone now. But this last one, the penmanship of which is, unmistakably, Vera's:

mom thinks a
happy love

Para terminar de una vez por todas con este temita de facebook

No voy a extenderme demasiado con esto, porque creo que no merece tanto espacio ni explicación, por lo que simplemente diré que mi decisión de irme de facebook tiene que ver con una necesidad de estar más a solas con mis pensamientos, y de tener más vida privada (y eso incluye no ver la vida privada de los demás). Facebook había empezado a hacerme mucho ruido y también a hacerme agua.

Y punto.

La Z de Zorro


Hoy se me cruzó un zorro (sí, era un zorro, igualito al animal que se ve en la imagen, pelos más, pelos menos) mientras venía manejando por Boise Avenue hacia casa. Otro que anda perdido buscando el otoño.

sábado, 1 de octubre de 2011

Pequeñas felicidades

Hoy estoy feliz porque todavía sigue el calorcito, a pesar de que ya es 1º de octubre, y se supone que el otoño empezó hace más de una semana. Hay UN árbol en la cuadra que se dio por enterado, y tiene hojas amarillas todo alrededor; el resto de sus congéneres sigue con sus hojas verdes y bien puestas. Yo no me quejo, y sigo almorzando en el jardín, mientras el tiempo acompañe.

miércoles, 12 de enero de 2011

Metafísica estoy

Mientras Vera y Matilda se cagan de risa al mirar "America's Funniest Videos" (que no es otra cosa que una recopilación de "bloopers" en donde todo el mundo se cae, se lastima y se hace mierda), yo me pregunto inocentemente por qué es que nos reímos de la desgracia ajena. ¿Por qué la inevitabilidad del schadenfreude? Y me respondo: para olvidarnos, de vez en cuando, de que somos mortales.

A veces me pongo metafísica. No es para que se preocupen demasiado; ya se me va a pasar. Para que vean que no soy la única, les va este regalito cervantino:


Diálogo entre Babieca y Rocinante

-¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

-Porque nunca se come y se trabaja.

-Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?

-No me deja mi amo ni un bocado.

-Andad, señor, que estáis muy mal criado,

pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

-Asno se es de la cuna a la mortaja;

¿queréislo ver? Miradlo enamorado.

-¿Es necedad amar? -No es gran prudencia.

-Metafísico estáis. -Es que no como.

-Quejaos del escudero. - No es bastante:

¿Cómo me he de quejar en mi dolencia

si el amo y escudero o mayordomo

son tan rocines como Rocinante?

martes, 11 de enero de 2011

Comentarios

Cuando empecé este blog, allá lejos y hace tiempo, estaba habilitada la opción para que los lectores dejaran comentarios. Pero claro, como mi público lector ascendía a uno (o, mejor dicho, una, que era yo misma), deshabilité enseguida esa opción, básicamente para evitar el papelón del comentario inexistente ante eventuales lectores futuros.

De más está decir que, a estas alturas, todo me importa un reverendo pepino. Pero la opción "comentarios" sigue deshabilitada. Se agradecen, no obstante, comentarios en la publicación correspondiente de este blog en facebook (léase, el "sharing" que hago desde allá para acá). Ahí comenten tranquilos. Pero aténganse a las consecuencias.

Muchasgrapcias.

Su bloguera amiga.

¿Será hora...

... de retomar mi abandonadísimo blog? Estoy en una especie de "coágulo creativo" (Goldstein dixit, los iniciados entenderán este comentario), y tengo que descoagularlo por algún lado. Este me parece el mejor.

Bienvenidos (de vuelta) a este blog de cuarta.

Continuará.

martes, 10 de marzo de 2009

Actualicé

Sí, acá está lo nuevo de mi blog.

miércoles, 20 de agosto de 2008

A ustedes también les pasaría si tuvieran un blog

Todo el día, a toda hora, se me ocurren cosas maravillosas, super divertidas e importantísimas para escribir acá. Pero cuando me siento frente a la computadora, se evaporó todo de mi cerebro.
Qué mal ando...

miércoles, 25 de junio de 2008

Hoy, estoy

1) jodida, pero no indiferente;
2) recordando el pasado, pero no melancólica;
3) podrida de la mediocridad, y encargándome de deshacerme de la mediocridad propia;
5) con ganas de saltearme el número 4)

lunes, 23 de junio de 2008

Fue lindo mientras duró

Anoche, volvimos de un fin de semana de camping en las montañas. Fuimos al Upper Payette Lake, a unas 20 millas de McCall. Hacía quince años, más o menos, que no acampábamos. Y fue la primera vez para Matilda. Vera sigue con las Girl Scouts en Shoup, Idaho, y vuelve esta noche.
Más sobre el campamento, más tarde. Tengo que cumplir con mis obligaciones madrugadísticas en el gimnasio ((&/%#$#")!

miércoles, 11 de junio de 2008

De wéder is creisi

Llueve, hace frío... No dan ni ganas de escribir, mire.
En realidad, están dadas las mejores condiciones para escribir (sí, soy así de ciclotímica), pero tengo que laburarrrrff.

martes, 10 de junio de 2008

Estamos a 10 de junio...

... y el termómetro dice 48 F / 9 C. ¿A qué ente se le reclama esta barbaridad?

lunes, 9 de junio de 2008

Para los que quieran saber...

... qué catzos estoy haciendo los lunes, miércoles y viernes, de 6:00 a 7:30 a.m. (sí, a éme), voy al gimnasio. Estoy loca, ya sé. Pero es el veintiúnico horario en que puedo hacerlo. Empecé esta rutina cruel a fines de mayo... ¡y todavía no abandoné!
De 9:00 a 10:30, hora argentina, piensen en mí, y manden un poco de güenas ondas, muchachos. Pero, por sobre todo, ¡no disfruten mientras yo estoy sufriendo, carajo!

Ay, me agarró...

... otra vez la fiebre del blog. Cagaron. La que se les viene.

Para los que quieran verlo...

... con los piringunditos de colores en el fondo y toda la cuestión, vengan acá (o hagan clic en el título del post, si es que me están leyendo en Facebook).

Iba a escribir algo acerca de las pavas, me acordé de que ya lo había hecho en mi blog abandonado (que todavía existe, qué suerte que no es como las cosas que se dejan por ahí en la calle, y cuando volviste, ya se la llevó alguien).

Y acá tienen el post acerca de las pavas.

martes, 18 de marzo de 2008

Esperando...

... que el jurado llegue a un veredicto unánime (se ve que les cuesta, porque están ahí desde el viernes al mediodía, y nada), me tomo un cafecito y trato de actualizar mi mate-con-güiski, pero yo también, como el jurado: nada.

lunes, 3 de marzo de 2008

Hmmm

Hace mucho que no actualizo. Y hoy no tengo tiempo.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Maravillas de la naturaleza, según Matilda

Recién se desarrolló el siguiente diálogo.

Matilda: -¿Querés acariciar a mi caterpillar?

Yo: -Sí, por supuesto- le digo, y lo acaricio. Su caterpillar (no hay caso, no se acuerda de que es una oruga en castellano) es la manga de un disfraz atada a una soga. Matilda lo lleva por la casa como si fuera un perrito atado a su correa-. ¡Qué suave es tu caterpillar! ¿Cómo se llama?

Matilda: -Manni.

Yo: -Ah. ¿Es un varón o una nena?

Matilda: -No es varón ni nena. Es nada. Porque animales son animales.

martes, 28 de agosto de 2007

Hoy: clase de música

Voy a tocar el pianito a la 1:00 p.m. (4:00 p.m. en Bs.As.). Piensen en mí.

Mi gran duda es: ¿se habrá superado ya la etapa de la tinta imborrable de los dedos? ¿Será un lector electrónico de huellas digitales (como en los aeropuertos)? ¿O seguimos como en la época de Juan Vucetich?

La próxima vez les cuento.

domingo, 5 de agosto de 2007

Y hablando de Harry Potter...

La mejor anécdota de mis lecturas de Harry Potter: el domingo posterior al sábado en que llegó mi ansiado libro 7 de Harry Potter, salí temprano al jardín, dispuesta a leer afuera mientras me lo permitiera la temperatura (todavía relativamente baja: menos de 35 grados). Me senté en la hamaca (no la de las chicas, la otra: la doble, bajo el toldito), y me puse a leer... Pero al rato, tuve que volver a entrar a la casa: me atacaban ardillas a manzanazos. Sí señor: tres ardillas hambrientas y descontentas con las manzanas del árbol del vecino (que son duras, chiquitas y sin sabor), las agarraban, les daban un mordiscón, y (o bien no les gustaban, o tal vez, dada la abundancia, las desperdiciaban así) procedían a arrojarlas contra... mi persona. Esto sólo te pasa leyendo Harry Potter...

viernes, 27 de julio de 2007

Y hablando de sietes...

Ya terminé de leer Harry Potter 7.
¿Y ahora qué hago?

sábado, 7 de julio de 2007

Siete del siete del siete

Nada, que hay que postear algo hoy, antes de que se nos pase la fecha.

viernes, 29 de junio de 2007

¡Electro-Shock!

En mi ataque de desesperación por deshacerme de una vez por todas de los odiosos piojos que han dado en adorar la larga cabellera de mi hija mayor (Matilda se viene salvando porque es rubia), me encontré en la farmacia con mi viejo amigo de Buenos Aires, el "Robi-Comb". Se trata, para los que no lo conozcan, de un peine fino a pila, que... electrocuta a los piojos, para decirlo en criollo, vamos. Así que desembolsé los treinta dólares de rigor (pensando, "bueno, si no llega a servir, lo devuelvo y me devuelven la guita"), y emprendí la cruzada antipiojo.

Cuestión que SÍ sirvió. Parece que los bichos estos ya están inmunes a los químicos de las lociones anti-piojos, pero -en definitiva- son hijos del rigor. Shock eléctrico y ¡chau piojos! Seguimos, igual, lavando con la versión local de Nopucid (acá se llama Lice Guard) y así, por ahora, venimos invictos por una semana...

¿Continuará?

domingo, 17 de junio de 2007

Cagamos

Algo anda mal... me gusta la manteca de maní. Cuando digo "manteca de maní", no suena tan terrible, pero al recordar que estoy hablando de "peanut butter" suena espantoso.

Si alguna vez llego a contarle a alguien que me gusta la polenta, por favor me encierran en un centro de rehabilitación alimenticia hasta que se me pase.

Gracias

domingo, 10 de junio de 2007

Verdes son los aliens

Matilda, por primera vez desde que tengo uso de razón, comió verdura y la disfrutó.

Yo vivía preocupada porque, a diferencia de Vera -quien podría tranquilamente subsistir a base de espinaca, arvejas, tomate y choclo sin inmutarse- Matilda odia cualquier cosa que sea verde y que no tenga leche o carne en su composición.

Pues hete aquí que ayer a la noche, la susodicha se manducó, no una, sino como diez flores de brócoli antes de que puedan decir "salamín con queso". Un placer, verla comerse "los arbolitos" (como Vera bautizó a las flores de brócoli, años ha).

Si Matilda come brócoli, todo es posible.

jueves, 7 de junio de 2007

Aclaración pavota

Y vamos, che, que quien sabe de mate, sabe que el agua JAMÁS SE HIERVE, sino que se calienta nomás hasta ahí, con lo cual es obvio que hay que estar haciéndole guardia a la pava al ladito, ergo, jamás se nos evaporará la cuestión...

(Excepto una vez, según recuerdo, que puse el agua, me fui a la mierda quién sabe por qué, y cuando volví, no sólo se había evaporado toda el agua, sino que la pava se agujereó mal. Pero eso me pasó en Buenos Aires, así que no cuenta).

Todas las pavas

Acá, en Estados Unidos de Estemos-Bien-Seguros-landia, todas las pavas chiflan. Me imagino que los fabricantes deben verse forzados a ponerle el pito a la pava (con perdón), para evitar incendios por recalentamiento-de-pava-por-agua-evaporada-porque-el-usuario/a-la-olvidó-en-la-hornalla. Hasta me imagino una cláusula para los fabricantes de pavas, obligándolos a poner el coso ahí.

Lo cierto es que es IMPOSIBLE encontrar una pava pedorra, de aluminio, para el mate, que no venga sin el adminículo silbatero en cuestión. LO PEOR es que a la pava soronga que tenemos en casa se la llena por el pico.

A dónde hemos ido a parar, señores. Tenemos que exportar pavas de Argentina, tenemos...

PD: ¿y si el usuario/a es sordo/a? ¿Venderán pavas con intérprete?
PD2: la próxima visita de Argentina viene con pava de aluminio del bazar "La Luna" en la valija, o la mandamos de vuelta.

lunes, 4 de junio de 2007

Juan Carrrlos Batmannnnn

Nostalgias chachachescas

Ápdeit

Hizo un calor de cagarse.

Le saqué piojos a Vera por quincuagesimoenesimononagesimocuarta vez. Vera está triste porque el jueves terminan las clases, y tiene tres larguísimos meses de vacaciones de verano.

Matilda puede escribir las letras M, D y V sin dificultad, y patea la número cinco demasiado bien para mi gusto de madre.

Y no hay mássssinforrrrmacionessssss paraésteboletínnnnnn.

jueves, 10 de mayo de 2007

Vera y Matilda


Y recomendando

Un libro: Nobody Belongs Here More Than You. Cuentos de Miranda July.
Una joya absoluta.
Acaba de publicarse en inglés, así que supongo que todavía no existe una traducción al español (pero vale la pena esperar, y ojalá traduzcan como se merece).
Mientras tanto, pueden ver la película Me and You and Everyone We Know, para precalentar.

Desrecomendando

Spiderman 3. Si la primera era floja, y la segunda era pésima, esta no tiene calificativo posible para meter en la lista.
Una perla de muestra: un recluso se escapa de la prisión, y para que no lo reconozcan... ¡se pone una remera a rayas! Imagínense el resto.
Por supuesto, si le piden la opinión a Matilda, les va a decir que le encantó. Y bueh. Todavía tiene unos años por delante para darse cuenta.

domingo, 6 de mayo de 2007

Compartiendo yecuerdos

No sé, será que me puse melancólica porque es el mes de mayo, y se vienen el día de la escarapela, el día de la patria, y la mar en coche.
Comparto, entonces, un pedazo de historia en común, una de esas cosas que remueven las entrañas y esa porquería.
Un abrazo desde la eschatóhfera.


Pero, ¿qué pasa?

Haciéndome la banana porque tengo banda ancha, trato de subir un video a Youtube, y no puedo... Puta carajo, ni cancherear por el ciberespacio puedo ahora...

miércoles, 2 de mayo de 2007

El que roba a un ladrón...

... ya saben. A veces, cuando hay noticias así, hay como un pequeño alivio, una sensación de cierta (ínfima, aunque más no sea) justicia. Hasta podríamos brindar, por qué no...

Diálogo

Hoy al mediodía, Matilda y yo anduvimos de pic-nic, acompañando a Vera y a sus compañeritos de Segundo Cé (después de una excursión y antes de volver al colegio), en donde se produjo el siguiente diálogo entre Vera y su BFF (Best Friend Forever) Minji:

Minji (cuchicheándole a Vera en el oído): -Bsbsbsbsbsbs...
Vera (idem, a Minji): -Bsbsbsbsbs...
M: -But that's what Eythan told you, remember?
V: -Yes, but actually, it wasn't Eythan, it was Tyler.
M: -Yes, Tyler, Tyler.
V: -Tyler... Eythan... What-ev-rrrr.

Lo que nos espera dentro de unos años...

martes, 1 de mayo de 2007

Soy feliz

Por fin tengo internet banda ancha por cable las veinticuatro horas del día. No les puedo explicar la felicidad. Estoy tan emocionada...

Eso sí: todavía me cuesta dejar la computadora "conectada" a internet, sin pensar que estoy usando el teléfono y que, si llaman, va a dar ocupado. Loqueslafalta'ecostumbre, vio...

Peren que me sueno los mocos y vuelvo.

lunes, 30 de abril de 2007

Buenos vecinos

Jim Smithers, parado al lado de la puerta con sus bermudas color caqui, su chomba Polo verde oliva a rayas, su gorra gris con el logo del club de golf, y el fierro largo que usa para abrir los regadores en su mano izquierda, parece más un personaje salido de alguna de las historietas de Tintín que nuestro vecino de la esquina. Pero es nuestro vecino, claro.

Acaba de tocar el timbre, y yo (sin largar el teléfono porque estoy hablando con una amiga y es siempre difícil encontrarnos para hablar) le digo muy educadamente que gracias, que ya veo que le avisaron que fui a buscarlo más temprano porque estaba luchando inútilmente con los regadores y necesitaba su ayuda, pero que ya lo había logrado, a expensas del fierro largo y los malabarismos del otro vecino de al lado.

Smithers me sonríe, tal vez porque se siente aliviado del trabajo al que lo sometemos todas las primaveras, al pedirle auxilio porque no nos acordamos cómo carajos abrir los regadores y, encima de todo, tampoco tenemos ese fierro que cuesta unos quince mangos, pero quién sabe por qué nos resistimos a comprar; tal vez porque es para usarlo sólo una vez al año, y sobre todo si podemos pedírselo prestado a algún vecino (como él, o el vecino de al lado, o el otro vecino de al lado). O tal vez sonríe por no putearme. O tal vez sonríe porque es un buen vecino, y se despide cordial, con una sonrisa, como corresponde. Yo sigo con mi amiga en el teléfono, y me río, contándole que el vecino parece un personaje de Tintín, descripción incluida. Jim Smithers, me parece por un instante, se estremece ligeramente, el movimiento es tan sutil que por un momento creo que no lo ha hecho, pero sí: a pesar de que está a unos cuantos metros de distancia de la casa, es claro que sus hombros y su espalda han realizado ese movimiento ínfimo del que se sabe, o se cree, criticado, burlado a sus espaldas. Un escalofrío que recorre la espina dorsal, de arriba a abajo. Lo reconozco, porque lo he vivido tantas veces en carne propia.

Y no es así, pienso en decirle, porque creo que va a venir a encararme, no me estoy riendo de él, no, no. Pero en el fondo, sé que sí. Y pensar que es tan buen vecino. No tengo derecho.

Por qué, por qué

¿Por qué, si me torcí el tobillo derecho, me duele el pie izquierdo? Que alguien me lo explique, por favor...

viernes, 27 de abril de 2007

Si no fuera adicta a la cafeína, no me pasarían estas cosas, supongo

Hoy se hizo espantosa realidad la fantasía que suelo tener de vez en cuando, al entrar a un baño público. Porque muchas veces, sin saber por qué, me imagino en esta situación, y es algo así como que tengo ya lista la frase en mi cabeza, por si algún día me toca decirla.

Cuestión que entré a un café (al que nunca fui antes en mi vida, ciertos trámites hicieron que me encontrara en la parte oeste de la ciudad), en busca de mi dosis diaria de cafeína. Antes de hacer mi pedido, fui al baño, pero ni bien entré y vi el bulto en el piso, tuve que salir a buscar a algún/a dependiente para declamarle la frase que siempre practico mentalmente al entrar a un baño, imaginándome que me va a ocurrir esto.

“Disculpame, pero adentro del baño hay una persona muerta – creo, me parece, no sé”, le dije a la cajera, quien ipso facto llamó al 911. La persona en cuestión (si bien era el baño de mujeres, nunca se sabe) resultó ser una señora, de unos cincuenta años para más datos, que, muy a pesar de mis fantasías perversas, no estaba muerta, sino desmayada.

Cuando, finalmente, se fue en la ambulancia, y se fueron los bomberos, y el café volvió a la tranquilidad que lo envolvía previamente a mi visita al baño, me sentí autorizada a pedir un sixteen-ounce-triple-shot-skinny-capuccino. Le saqué la tapita plástica para revolver el contenido, y cuando la iba a poner otra vez sobre el vaso, me pareció leer, en letras de espuma que se desvanecieron tan rápidamente como se habían formado, la frase “Siga Participando”.

Buenas Peras

Me sorprendió ver peras tan lindas en el Albertson's de Apple St. y Parkcenter, así que me acerqué a agarrar algunas, y ¿qué creen que eran, sino las famosas "Moño Azul"?
Me llevé tres a casa. ¿Cuánto pagué? Mucho, muchísimo más que ustedes en el mercaditodenfrente.

jueves, 26 de abril de 2007

pura primavera

me imagino, trato de imaginarme

Praga y Ema
Jitka soñando que
una cigüeña la depositaba en un campanario
así, envuelta para regalo, en esa manta
atada con un pañuelo de colores

o Julián pintándola
adentro de una cajita cuadrada
de color blanco

Ema mira y todo cobra sentido

ojos, pelo negro y en jopo, llanto
sueño, felicidad, más felicidad
más sueño
perdido pero bien sabemos que
vale tanto la pena

Wulf and Eadwacer

"Wulf and Eadwacer" (960CE to 990CE?)
by Anonymous

It is to my people as if someone gave them a gift.
They will thank him if he comes in force.
It is otherwise with us.

Wulf is on an island I am on another.
Fast is that island surrounded by fens.
There are fierce men on that island.
They will thank him if he comes in force.
It is otherwise with us.

Wulf’s long wanderings suffered with hope.
When it was rainy weather and I sat forlorn.
the bold man came and held me in his arms.
That was pleasant for me and also it was loathsome.
Wulf, my Wulf my ache for you
has made me sick your seldom visits
a mourning mind hunger for nothing.
Do you hear that, Eadwacer? The wolf has taken
our cowardly whelp to the woods.
A man can easily cut to pieces what never was joined:
our song together.


Acá se puede ver el original en inglés antiguo.

Sí, una maravilla, ya lo sé. Por eso lo puse acá.
De nada.

lunes, 23 de abril de 2007

De China con amor

El lugar puede ser China, Argentina, o Estados Unidos (también conocido como "El País Sin Nombre Propio"). Hoy, o hace un milenio. En el campo, o en la ciudad.

La gente, sin embargo, es la misma. Vean (lean) si no.

PD: ¡Viva el mes nacional de la Poesía!
________________________________

"Spring at Wu-Ling"
by Li Ch'ing-chao (1084?–1151)
translated by Eugene Eoyang

The wind subsides—a fragrance
of petals freshly fallen;
it's late in the day—I'm too tired
to comb my hair.
Things remain but he is gone
and with him everything.
On the verge of words: tears flow.

I hear at Twin Creek spring it's still lovely;
how I long to float there on a small boat—
But I fear at Twin Creek my frail grasshopper boat

could not carry this load of grief.

domingo, 22 de abril de 2007

El Spam también existe

Como no se me ocurre nada mejor que hacer, me pongo a anotar los remitentes y asuntos de mensajes de correo que entran en la carpeta de spam:

Remitente / Asunto

Blanche / childbearing
Yvone / Make fab not fat
Downloads / Comments Add name
ship / without
Robbi Bradley / Can u believe it
$1000 Target Gift Card / Claim your Complimentary $1000 Target Gift Card Now
Eddy Rangel / was bunker do farmville
Ida Donovan / Or finleyville no kempster
Elliot Navarro / veritable
Lisa Wagner / My across no canastota

No los abro, pero no por los motivos que parecen obvios, sino porque no puedo, no quiero enterarme de lo que hay adentro de esos mensajes. Sé que van a prometerme Viagra a mitad de precio, a ofrecerme un tratamiento para agrandar el pene, o solicitar un click para actualizar mis datos en una cuenta bancaria inexistente para desplumarme. Tal vez son simples anzuelos para buscar respuestas y confirmar direcciones de correo. Pero no me importa su contenido ni su propósito.

Hay, tiene que haber, algo de poesía en esas unidades de habla del absurdo. Más, incluso, que en una hoja amarilla que se cae de un árbol anónimo en el otoño.

viernes, 20 de abril de 2007

"Cuando yo decía 'volar', me refería a otra cosa", dijo el imputado

Se ve que hoy tengo tiempo para leer noticias (y publicar comentarios pelotudos como éste).
La última de hoy, lo prometo, pero no pude dejar de pensar "el volar es para los pájaros" (a veces, para los pajarones, como se ve acá).