domingo, 5 de agosto de 2012

Cuento encontrado en el baúl de mis archivos de Dropbox

Aclaración: este es un cuento que escribí, según figura en el archivo en cuestión, el 26 de octubre de 2000, en Buenos Aires; lo publico hoy acá, con unos pocos cambios. Por algún arcano y/o ridículo motivo, en el original utilizaba el pretérito perfecto (absolutamente inverosímil si pensamos que esto es castellano argentino). También hice un agregado al final. El resto está prácticamente intacto en su versión original.

Güélcam tu de ferst "mate con güiski" oríyinal story.

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Agonía y muerte de un televisor en cuarenta días



Día Uno
Se descompuso el aparato de televisión. Cambiando los canales, se rompió no sé qué mecanismo, y sólo puedo hacerlo funcionar enchufándolo a la videocassettera. A través de ahí, puedo cambiar los canales con el control remoto, pero sólo hasta el cincuenta y nueve, después se vuelve indefectiblemente a cero (interesante: existe un canal cero en el aparato, pero nadie transmite por el canal cero) y comienza nuevamente la ronda.

Ahora estoy mirando "Crónica TV": hay un locutor en el ángulo inferior derecho de la pantalla y detrás de él se observa un paisaje nocturno del obelisco. No sé qué dice: bajé el volumen, porque creí escuchar el timbre del teléfono (que dejó de sonar), y no volví a subirlo.

Día Cuatro
El televisor funciona cada vez peor. El volumen sufre altísimos y bajísimos extremos, y no es posible regularlo para escuchar, digamos, decentemente, así que opté por dejarlo siempre bajo. Ahora tengo sintonizado el canal veintiocho, que se ve con una ligera bruma. Están pasando una película con Jeremy Irons, pero ya había empezado cuando la encontré, y no sé cuál es el título, porque no es posible obtener los datos de la programación. Es de cowboys.

Día Siete
Se rompió el control del volumen definitivamente, pero no sé cuándo pasó, dado que durante los últimos cuatro días no lo toqué. Acabo de intentar subirlo (estaba hablando el presidente por cadena nacional) y no logré escuchar ni una palabra de su discurso.

Ahora estoy viendo (sin sonido, claro) "Sábados Tropicales" en canal dos.

Día Ocho
Mientras estaba sintonizado un partido de la Eurocopa, se cortó la luz. Volvió a los cinco minutos, pero, cosa insólita, pueden verse todos los colores, excepto el rojo. Cambié de canal y en la pantalla de mi televisor (sin el rojo) ahora está "Fort Boyard".

Día Catorce
Maldito aparato. Ni el rojo, ni el naranja. Todo se parece a la caverna del Capitán Frío. Para ser coherentes, sintonizo "Batman Returns", con Michael Keaton, aunque creo que no es la del susodicho Capitán, pero me duermo a los diez minutos de comenzada la película, así que no logro enterarme.

Día Dieciséis
La decadencia de mi televisor sigue su curso. No logro hacer funcionar el control remoto de la videocassettera, así que tengo que cambiar de canal a mano, acercándome al aparato para poder hacer zapping. Me cansa estar agachada tanto rato, porque no encuentro nada interesante para ver. Debería comprar alguno de esos estantes que venden en el supermercado, que se atornillan a la pared, y colocar allí todo el aparataje.

En canal trece están pasando una película con Marcelo Marcote y Elvira Romei. No sé cómo se llama, y en realidad tampoco me interesa. Dado que no puedo oír lo que dicen, trato de imaginar un posible diálogo entre el personaje de Marcote con el de un tipo alto y pelado que parece ser su secuestrador o similar, pero sinceramente no se me ocurre nada. Cambio de canal: ahora miro el canal del tiempo.

Día Veinticuatro
Cuando parecía que nada podía empeorar, ocurre que ya no se puede cambiar de canal, ni siquiera desde la videocassettera. Mi televisor quedó eternamente sintonizado en un canal de publicidad de compras por tv. Lo interesante es que no recuerdo haber puesto este canal en los últimos veinte días. Se pueden ver avisos de joyas bendecidas por el Papa, todas azules y verdes; también está Eric Estrada, aceitunoso, vendiendo un producto para adelgazar; o bien podemos encontrar a un cocinero mostrando sus destrezas con aparatitos varios con los que hace ridículas flores de piel de tomates (hay que adivinar que son tomates, porque se ven verde-amarillentos).


Por primera vez en varios días apago la televisión antes de las once de la noche.

Día Treinta y uno
Opté por encender la televisión hace un rato, y ya no es posible apagarla. Tras varios intentos con el botón de encendido/apagado, debo resignarme a desenchufarla del tomacorriente. Antes de hacerlo, podía verse a una mujer haciendo abdominales con un aparato que parecía más bien un implemento para sexo sadomasoquista, todo ello con superposiciones intermitentes de imágenes de una mancha celeste con forma de sombrero.

Día Cuarenta
Un cortocircuito quemó el cable del enchufe y lo pegó, literalmente, a la pared. Mientras espero al electricista, puedo observar en la pantalla verdinegra a una mujer bastante fea (se ve que es fea, a pesar de todo) promocionando un laxante, mezclada de a ratos con lo que parece ser un dibujo animado japonés.

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Tras la visita del técnico, el televisor está finalmente apagado para siempre. Ya no podrá reconectarse: el arreglo del cable causó una avería fatal en el aparato. Estoy pensando en comprarme uno nuevo esta misma tarde. No puedo vivir sin televisión.

sábado, 4 de agosto de 2012

Anti-versarios

Podríamos decir que se me pasó. Pero no. Si bien escribo esto cuatro días después, la fecha está clavada en mi memoria: 31 de julio. Ese día, hace diez años (qué manía que tenemos con los números redondos, carajo) abandonaba Ezeiza con pasaje de ida a Chicago, para volver a Buenos Aires solamente de visita. Desde hace diez años, el 31 de julio ¿celebro? (conmemoro, más bien) la partida.

No podría decir que es para siempre, pero es altamente improbable que regrese a vivir a Buenos Aires. Tras dos años transitorios en Iowa City, caí cual paracaidista (casi literalmente, tras una tormenta espantosa que por poco voltea el avión) en Boise, Idaho.

Si bien la mudanza de Iowa a Idaho comprometió menos desgaste emocional que el viaje anterior de Buenos Aires a Iowa City (no hubo familia ni amigos de quienes despedirse), fue sin embargo mucho más dura, porque fue comenzar a vislumbrar la cuasi certeza de que ya no volvería a vivir en Buenos Aires nunca más.

Tras un año de profunda depresión, en el que prácticamente me alimenté a base de Coca Cola dietética y lechuga con vinagre de frambuesas, logré encontrar mi norte (y el hambre), gracias a una serie de casualidades que no voy a repetir (y que pueden encontrar en esta publicación), y que me fueron llevando hacia el buen lugar en el que estoy en este momento.

Y este momento es otro momento de cambios, en el que decidí retomar mis estudios universitarios para recibirme, de una buena vez, de Licenciada en Letras (o de B.A. in Spanish, en su versión en inglés).

Si alguien me hubiera dicho, ese 31 de julio de 2002, que diez años más tarde me encontraría feliz, con mis dos hijas, ganándome la vida con mi sempiterna pasión por los idiomas, y en una casita amarilla con un jardín, me le habría reído en la cara. El 31 de julio de 2012, me río porque la realidad, cual noticia amarilla, supera a la ficción.