-Si te duele la cabeza- me dice Matilda-, no pienses en un castillo, porque te va a doler más. Recién probé.
Y le creo. Un rato más tarde, pongo a prueba su consejo, porque Vera está haciendo unos sonidos agudos insoportables, y empiezo a sentir el dolor. Pienso en un castillo, porque me acordé de que me dijo que no lo hiciera, y no me sorprendo cuando la jaqueca se agudiza.
El castillo que se me aparece es lúgubre, oscuro, de muros semi-derruidos y sombras grises o azules. Hay un líquido que parece petróleo derramado en uno de los lados, y no hay foso con pirañas ni reptiles, pero hay buitres sobrevolando las torres.
-¡Mamá!- me grita Matilda, alarmada-. ¡Te dije que no pensaras en un castillo! ¡Y estás pensando en uno! ¿Por qué?
Pero nunca tengo respuesta para sus mejores preguntas.
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