martes, 29 de mayo de 2012

La fotógrafa que amaba y odiaba las fotos

La mejor y la peor parte de hacer orden es encontrar fotos viejas. Me encanta encontrar fotos de mis hijas cuando eran más chicas, y recordar en dónde estábamos cuando se sacaron esas fotos. Pero no me gusta encontrar fotos de mi ex marido, principalmente porque no sé qué hacer con algunas de ellas. Las fotos en las que aparece conmigo (que se cuentan con los dedos de una mano, y sobran dedos) son las más fáciles: van directo a la bolsa de la basura. Las fotos en las que está solo, con con sus amigos o con compañeros de la universidad no me resultan tan problemáticas tampoco; las pongo aparte para dárselas a él, o al basurero, según mis ganas. Pero las que me provocan conflicto son las fotos en las que aparecemos ambos con alguna de nuestras hijas, sobre todo aquellas fotos en las que aparecemos solamente con Matilda.

Siempre dije, tras separarme, que Matilda (la menor de mis hijas) nunca va a tener el recuerdo de haber visto a sus padres juntos y felices. A diferencia de Vera, que pudo ver, sin duda, a sus padres demostrándose cierto cariño, Matilda nació en una casa dividida. Y así vivió seis años, hasta que finalmente la división virtual se hizo tangible y se transformó en dos padres con dos casas y dos vidas circulando por carriles cada vez más separados.

Es por eso que, al encontrar fotos (que ni recordaba) en las que aparecemos los tres, con "cara de foto", se me hace el nudo en el estómago. Pero no tiene que ver con mis sentimientos actuales, que son muy claros y serenos. Mi vida tiene sentido nuevamente, al encararla en compañía de aquellos a quienes amo y respeto, y por los que me siento correspondida en igual medida. La duda cruel se me presenta en el momento de decidir qué hacer con estas fotos de una familia feliz que no era tal.

La mejor decisión a la que puedo llegar, si bien no es obvia, ni simple, es la única que me tranquiliza en cierta manera. Voy a guardar las fotos de la discordia en sobre cerrado, en la pieza de Matilda, para que algún día ella pueda verlas y decidir por si misma si lo que muestran es verdad o ficción. Pero a ella le pertenecen. Es algo que su padre y yo le debemos.