lunes, 23 de junio de 2014

Astronauta

Termina de hacer las compras y va para la caja. La cuenta mental fue menos de lo que resultó el total, pero no le importa. Se ríe. De pronto, siente hambre. Acaba de darse cuenta de que se olvidó de almorzar. ¡Nunca se olvida de almorzar! Piensa que va a reservarse una de las canastitas de tomates cherry para comer en el auto mientras maneje de vuelta, y le pide a la empleada encargada de embolsar la compra que por favor se la separe. Paga y sale empujando el carrito, que está a tope, aunque ella se sienta tan ligera. Pareciera que vuela. Pero interrumpe su andar, porque escucha que alguien la llama por su nombre, a los gritos. Es una voz de mujer. ¿Habrá pasado al lado de alguna conocida y no la vio? No sería nada raro, porque Boise es una ciudad bastante chica, y las probabilidades de encontrarse con un conocido son altas. Se da vuelta, y tras unos instantes reconoce a la empleada que le embolsó las cosas, que viene caminando rápido con algo en la mano. Le pregunta si es de ella. Es la tarjeta de asociada del supermercado (sin la cual, no podría haber hecho la compra) que se la había dejado olvidada en la caja, y la empleada también esgrime un sundae, prácticamente intacto. Reconoce la tarjeta como propia, la agarra y la mete en su bolso. Pero el sundae no es de ella, aclara. Le agradece a la empleada, y sigue su camino hacia el coche. Otro empleado del supermercado, que acaba de presenciar la escena, le pregunta, "¿Acabás de rechazar un helado gratis?" entre incrédulo y socarrón. "Sí", le responde ella, incrédula también, "no me hagas acordar". No ve la hora de que den las seis y media de la tarde. Se mete en el coche y se olvida de comer los tomates cherry. No hay dudas. Está en la Luna.