Hoy me pregunto cómo el tiempo cambia, embellece, apacigua aquello que nos aterra, hasta llegar a hacer que parezca hermoso, artístico, absolutamente perfecto.
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martes, 27 de agosto de 2013
Brujerías de la mente
Las brujas fueron una parte fundacional de mi infancia, y una de las brujas que más recuerdo (aparte de la que se me aparecía recurrentemente en mis sueños) es la Bruja Mala del Este. La primera vez que vi la película "El mago de Oz", con Judy Garland, tendría unos seis o siete años. Tras la cruda (e indudablemente prolongada) experiencia fílmica, sólo podía recordar a la bruja muerta, aplastada por una casa. De hecho, todo lo que se ve de esa bruja en la película son los zapatos rojos y las medias rayadas. Un escalofrío horroroso me recorría todo el cuerpo al recordar esos pies que se esfumaban, y la inexplicable y repentina aparición de los zapatos de la bruja en los pies de Dorothy.
Jamás olvidé esa escena, probablemente la única de todo el largometraje que quedó grabada en mi memoria, hasta que muchos años después, en Iowa City, Vera se enamoró de la película y la vio (y me obligó a verla) unas ciento cuarenta veces, por hacer un cálculo conservador. Fue así que me reencontré con la escena en cuestión, y recordé, tanto tiempo más tarde, mi sensación de náusea, de angustia, de terror liso y llano, al observar, cada vez, el encogimiento y desaparición de los pies de la Bruja Mala del Este, aplastada por la casa, y la aparición de los zapatos rojos en los pies de Dorothy. Pero ese terror ya no estaba; era sólo el recuerdo de algo que había sido indudablemente real, pero que ahora le pertenecía al pasado.
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