Uno de los métodos que alguna vez me contaron que sirve para saber a qué distancia cayó el rayo es calcular los segundos (como si tal cosa se pudiera hacer sin un segundero) entre el relámpago y el trueno. Espero en la cama pacientemente, y enseguida veo la luz. Cuento en silencio, "Uno, dos, tres..." y antes de que me acuerde que al tres le sigue el cuatro, escucho el bramido. Si no recuerdo mal, eso significa que el rayo impactó a eso de unos tres kilómetros de donde yo estoy. Decido salir al jardín, para cerrar la sombrilla que cubre la mesa y acostarla en el piso, no sea cuestión de que termine siendo un improvisado pararrayos. Aunque, ¿cuál es la probabilidad de que caiga un rayo dos veces en el mismo lugar? Casi, casi como ganar la lotería dos veces. Medio raro, sí, pero existen eventos comprobados.

Pero como no soy un bicho conformista, y como lo que me guía es el optimismo, pienso que tal vez, y a pesar de los fracasos de la historia, algún día valdrá la pena plantar un tercer árbol. Incluso si llega a fenecer nuevamente, valdrá la pena haberlo intentado.
Justo antes de volver a entrar a la casa tras cerrar la sombrilla, veo otro relámpago que ilumina el jardín y me lo muestra en todo su esplendor durante unos brevísimos instantes. Cuento, "Uno, dos, tres..." hasta diez. El relámpago siguiente me hace llegar hasta veinte o más en mi cuenta. La tormenta se aleja. Es difícil saber si la calma me tranquiliza o me entristece. Pero que no haya caído un rayo sobre mi casa me hace sentir eternamente agradecida. No olvidemos que, después de todo, hoy es martes 13.
1 comentario:
Probá con un ficus de plástico
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