miércoles, 1 de mayo de 2013

Geografías reales

Sabe que mientras el pueblo holandés la adora sin límites, en otro lugar, mucho más lejos, la palpan, la miden, le sacan el cuero. Desea que, algún día, dejen de juzgarla por los crímenes de su padre. Sabe que ese vestido azul la hace tan vieja como a la anterior reina. Sonríe, pero su sonrisa es distinta a la de Guillermo. En él, la sonrisa es sólo una parte más del porte y la formalidad de quien ha nacido y crecido así, y no conoce otra cosa. Ella, si bien no viene de una infancia humilde ni mucho menos, tuvo sin embargo que aprender todo ese yeite de la realeza muy rápidamente, y la sonrisa la delata. Siempre supo que su príncipe no será el príncipe azul de las películas de Disney, y ahora intuye que es reina en un mundo que, más por suerte que por desgracia, es muy diferente a esos mundos de fantasía. Pero en Argentina la miran, lo sabe, lo sabe muy bien. La miran y la juzgan, más por desgracia que por suerte, y trata de que no le importe, y lo logra bastante. Saca a relucir su belleza, que se ve un poco frustrada por esa ropa tan anticuada. Mientras tanto, en una esquina del público presente, Carlos y Camila sueñan con poder lograrlo antes de que su propio Guillermo los destrone en un anacronismo absurdo. Putean mentalmente a la reina Isabel II que, cual Highlander, no se muere más. Finalmente, en otro rincón del mundo, Carolina Luisa Margarita Grimaldi, princesa de Mónaco medita, mientras piensa en su madre y su esposo muertos, si realmente todo esto de la realeza valió la pena.

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