miércoles, 6 de marzo de 2013

Clase de música

Son las ocho de la noche y tuve un largo día que aún todavía no termina. A duras penas pude sacarme el maquillaje, después de una jornada que incluyó un largo experimento de química a la mañana, e interpretación para una delegación de San Luis Potosí, México, por la tarde. Cuando salgo de la cárcel, llamo a casa para asegurarme de que Vera llegó viva en bici, después voy buscar a Matilda a la escuela, la llevo a danza (no sin antes pasar por Powell's para comprar golosinas, es como la visita al quiosco), después vuelvo a casa a hacer la comida para Vera (Mike ya comió y hoy se acuesta temprano porque empieza muy temprano mañana), y dedico unos minutos a contestar un par de mails. Enseguida llega la hora de ir a buscar a Mati a danza. Volvemos, le preparo la cena, como algo yo (con los cuatro o cinco cafés del día no me alcanza), y le digo por enésima vez que termine de hacer los deberes. Después, mientras me lavo la cara, me doy cuenta de que Mike ya va a estar dormido cuando yo me acueste, porque antes de irme a dormir todavía tengo que terminar el experimento de la mañana que quedó inconcluso, tengo que empezar (por lo menos) a ver una película que tengo que tener vista para mañana a las doce del mediodía, y tengo que leer un artículo. Se me va la poca energía que me queda de sólo pensar en todo esto. También (¡cómo olvidarlo!) tengo que hacer una llamada telefónica antes de que se haga demasiado tarde, relacionada con la reunión que tengo el viernes, para saber si me recibo en mayo, tal como estaba previsto, o si todo este esfuerzo es en vano. Y tengo que seguir juntando documentación para la dichosa reunión, y pensar en la logística de mañana a la noche, en que mis hijas tienen que estar a la misma hora en lugares diferentes para sus entrenamientos de fútbol...

Todo esto está en mi cabeza, compactado, enmarañado, mezclado como esos mejunjes de plastilina de colores que empiezan poco a poco a tomar un tinte verdoso amarronado, mientras salgo de mi pieza, después de sacarme el maquillaje y decirle buenas noches a Mike, para bajar a la cocina a empezar con lo de química antes de ver la película. Pero me detengo en lo alto de la escalera. Escucho una vocecita (es casi inaudible, pero yo la escucho) que viene del baño. Es Matilda, cantando en la ducha. Me acerco a la puerta, casi sin darme cuenta de lo que hago. Mi mente se opone, pero mi cuerpo no le hace caso y va solito, como quien sabe lo que hace.

Me quedo parada y escucho cómo canta. Y entonces ya no soy yo. Soy una rata que sigue, ciega, al flautista de Hamelín. Soy Ulises, embelesado por el sonido divino de las sirenas. Soy testigo involuntaria de este momento casi perfecto, cuando mi hija canta en la ducha sin saber que estoy escuchándola del otro lado de la puerta. Apoyo la cabeza y cierro los ojos. Me dejo llevar por ese hilito de voz que canta una canción que no conozco, en un idioma que, cuando yo tenía su edad, me era mitad desconocido. Una canción que se repite una y otra y otra vez, como un mantra. Como una promesa. Mis ojos no se abren, la canción no termina nunca. Pero, ¿es una canción o es un sueño? Momento mágico que borra con un golpe sonoro todo lo demás. El mejunje alborotado de problemas, cosas pendientes y quilombos varios desapareció para siempre, aunque sea por un rato, mientras escucho esta canción que me acuna.

No hay caso. Todos los días aprendo algo nuevo. Hoy, tuve clase de música y aprendí que, a veces, ganamos tiempo cuando no nos importa estar perdiéndolo.

4 comentarios:

Sara dijo...

La felicidad es eso. ¡Qué suerte que pudiste disfrutar de esos momentos! Yo comparto tu alegría, a pesar de estar muy lejos, imaginándome la escena que describís maravillosamente.Besos.

blogseitb.us/basqueboise dijo...

Así es.

Los niños y yo hacemos tiempo todas las noches antes de que se vayan a dormir para echarnos en mi cama y hablar un poco de cómo ha estado el día. A veces, en esos días en que para terminar todo hay que dormir nada, yo también siento que me resisto, pero al final pienso que 5, 15 ó 20 minutos al final no son nada en un día de 72 horas y lo son todo en la relación diaria con los niños, ya que ahí se sueltan y me cuentan sus problemas, alegrías, quién les gusta y qué les preocupa.

Me alegro de que tuvieras clase de música. Te lo mereces.

Sugandila dijo...

Kaixo Diana, soy Ander. Qué bien escribes. Qué envidia. Qué naturalidad. Y la verdad es que ya llevo un tiempo admirando a las mujeres más que a los hombres, y más quizás a las que estáis en la situación de Henar y tú, que no es exxactamente la misma, pero ya me entiendes. Qué bonita escena. Yo también me la he imaginado. Tienen que ser majas tus hijas. Sólo con por la madre que tienen malas no pueden ser. Zorionak eta deskantseu! Gabon!

Sugandila dijo...

Qué bien escribes Diana! Qué enviada! Ya llevo un tiempo admirando de manera especial a las mujeres, sobre todo a las que estáis en la situación de Henar y tú que, aunque no sea la misma, ya me entiendes. Yo también he recreado la situación en mi mente. Vera y Matilda deben ser majas. Con la madre que tienen malas no pueden ser :) Gabon eta deskantseu, maja!