lunes, 30 de abril de 2007

Buenos vecinos

Jim Smithers, parado al lado de la puerta con sus bermudas color caqui, su chomba Polo verde oliva a rayas, su gorra gris con el logo del club de golf, y el fierro largo que usa para abrir los regadores en su mano izquierda, parece más un personaje salido de alguna de las historietas de Tintín que nuestro vecino de la esquina. Pero es nuestro vecino, claro.

Acaba de tocar el timbre, y yo (sin largar el teléfono porque estoy hablando con una amiga y es siempre difícil encontrarnos para hablar) le digo muy educadamente que gracias, que ya veo que le avisaron que fui a buscarlo más temprano porque estaba luchando inútilmente con los regadores y necesitaba su ayuda, pero que ya lo había logrado, a expensas del fierro largo y los malabarismos del otro vecino de al lado.

Smithers me sonríe, tal vez porque se siente aliviado del trabajo al que lo sometemos todas las primaveras, al pedirle auxilio porque no nos acordamos cómo carajos abrir los regadores y, encima de todo, tampoco tenemos ese fierro que cuesta unos quince mangos, pero quién sabe por qué nos resistimos a comprar; tal vez porque es para usarlo sólo una vez al año, y sobre todo si podemos pedírselo prestado a algún vecino (como él, o el vecino de al lado, o el otro vecino de al lado). O tal vez sonríe por no putearme. O tal vez sonríe porque es un buen vecino, y se despide cordial, con una sonrisa, como corresponde. Yo sigo con mi amiga en el teléfono, y me río, contándole que el vecino parece un personaje de Tintín, descripción incluida. Jim Smithers, me parece por un instante, se estremece ligeramente, el movimiento es tan sutil que por un momento creo que no lo ha hecho, pero sí: a pesar de que está a unos cuantos metros de distancia de la casa, es claro que sus hombros y su espalda han realizado ese movimiento ínfimo del que se sabe, o se cree, criticado, burlado a sus espaldas. Un escalofrío que recorre la espina dorsal, de arriba a abajo. Lo reconozco, porque lo he vivido tantas veces en carne propia.

Y no es así, pienso en decirle, porque creo que va a venir a encararme, no me estoy riendo de él, no, no. Pero en el fondo, sé que sí. Y pensar que es tan buen vecino. No tengo derecho.