sábado, 30 de marzo de 2013

La reina de los gatos

El otro día conocí a la legendaria solterona excéntrica de los mil gatos. Esta era, sin lugar a dudas, la reina del arquetipo. La única diferencia era que esta señora estaba casada y había tenido hijos, pero fuera de ese detalle menor, era la caricatura hecha persona. Si hasta su cara lo decía a gritos, "¡gatos, gatos, gatos!", con sus anteojos en forma de ve corta, y su pelo oscuro y enrulado. Entramos a su casa, por motivos que no me interesa describir en este momento, y ahí estaban las seis criaturas, con sus cuatro patas y su cola obscena.

Credit: Neatorama.com
Matilda los vio, apenas cruzamos la puerta, y no pudo evitar exclamar "¡Seis gatos!" después de contarlos dos veces, para estar segura. La reina se deshizo en elogios felinos, describiendo lo que dio en llamar las "diferentes personalidades" de sus mininos, mientras los susodichos se daban por aludidos, o no, entre el sillón, la alfombra y el taburete del piano.

"Pero, ¿seis?" insistió Matilda. "Bueno, tenemos ocho más, pero están en otra parte de la casa", le contestó la reina gatuna. Tras lo cual se rió y le dijo que no, que era una broma, que sólo eran los seis que veíamos ahí en el living. Matilda pudo cerrar la mandíbula entonces, aunque sin saber muy bien por qué ya no tenía que mostrarse sorprendida.

Pero yo vi ese gesto fugaz, esa mirada casi imperceptible, que la reina intercambió
con su marido. Me parece que se llama "expresión de deseo".

jueves, 14 de marzo de 2013

Francisco I

el mundo (o eso que creemos que es el mundo) se detuvo ayer
esperando la noticia

y luego
¡el nuevo Papa es argentino! ¡el nuevo Papa es argentino!
gritaban cerca de mi casa

no tardaron en convertirlo
cual juego de soldaditos
en comodín para argumentos opuestos
y peleas perdidas sin siquiera haber comenzado

"para vos perra la tenés adentro"
"es una vergüenza genocida es el día más triste"
se gritan
sin darse cuenta de que son
gritos de sordos

y mientras unos ven a un santo salvador
y otros a un diablo cobarde
yo veo que hay gente que sigue y seguirá
muriéndose de hambre
sin que nada cambie

miércoles, 6 de marzo de 2013

Clase de música

Son las ocho de la noche y tuve un largo día que aún todavía no termina. A duras penas pude sacarme el maquillaje, después de una jornada que incluyó un largo experimento de química a la mañana, e interpretación para una delegación de San Luis Potosí, México, por la tarde. Cuando salgo de la cárcel, llamo a casa para asegurarme de que Vera llegó viva en bici, después voy buscar a Matilda a la escuela, la llevo a danza (no sin antes pasar por Powell's para comprar golosinas, es como la visita al quiosco), después vuelvo a casa a hacer la comida para Vera (Mike ya comió y hoy se acuesta temprano porque empieza muy temprano mañana), y dedico unos minutos a contestar un par de mails. Enseguida llega la hora de ir a buscar a Mati a danza. Volvemos, le preparo la cena, como algo yo (con los cuatro o cinco cafés del día no me alcanza), y le digo por enésima vez que termine de hacer los deberes. Después, mientras me lavo la cara, me doy cuenta de que Mike ya va a estar dormido cuando yo me acueste, porque antes de irme a dormir todavía tengo que terminar el experimento de la mañana que quedó inconcluso, tengo que empezar (por lo menos) a ver una película que tengo que tener vista para mañana a las doce del mediodía, y tengo que leer un artículo. Se me va la poca energía que me queda de sólo pensar en todo esto. También (¡cómo olvidarlo!) tengo que hacer una llamada telefónica antes de que se haga demasiado tarde, relacionada con la reunión que tengo el viernes, para saber si me recibo en mayo, tal como estaba previsto, o si todo este esfuerzo es en vano. Y tengo que seguir juntando documentación para la dichosa reunión, y pensar en la logística de mañana a la noche, en que mis hijas tienen que estar a la misma hora en lugares diferentes para sus entrenamientos de fútbol...

Todo esto está en mi cabeza, compactado, enmarañado, mezclado como esos mejunjes de plastilina de colores que empiezan poco a poco a tomar un tinte verdoso amarronado, mientras salgo de mi pieza, después de sacarme el maquillaje y decirle buenas noches a Mike, para bajar a la cocina a empezar con lo de química antes de ver la película. Pero me detengo en lo alto de la escalera. Escucho una vocecita (es casi inaudible, pero yo la escucho) que viene del baño. Es Matilda, cantando en la ducha. Me acerco a la puerta, casi sin darme cuenta de lo que hago. Mi mente se opone, pero mi cuerpo no le hace caso y va solito, como quien sabe lo que hace.

Me quedo parada y escucho cómo canta. Y entonces ya no soy yo. Soy una rata que sigue, ciega, al flautista de Hamelín. Soy Ulises, embelesado por el sonido divino de las sirenas. Soy testigo involuntaria de este momento casi perfecto, cuando mi hija canta en la ducha sin saber que estoy escuchándola del otro lado de la puerta. Apoyo la cabeza y cierro los ojos. Me dejo llevar por ese hilito de voz que canta una canción que no conozco, en un idioma que, cuando yo tenía su edad, me era mitad desconocido. Una canción que se repite una y otra y otra vez, como un mantra. Como una promesa. Mis ojos no se abren, la canción no termina nunca. Pero, ¿es una canción o es un sueño? Momento mágico que borra con un golpe sonoro todo lo demás. El mejunje alborotado de problemas, cosas pendientes y quilombos varios desapareció para siempre, aunque sea por un rato, mientras escucho esta canción que me acuna.

No hay caso. Todos los días aprendo algo nuevo. Hoy, tuve clase de música y aprendí que, a veces, ganamos tiempo cuando no nos importa estar perdiéndolo.