domingo, 9 de octubre de 2011

Placeres varios

Matilda disfruta de un rico chocolate, mientras leemos juntas en Barnes & Noble. Tras lo cual, y de vuelta en casa, se da un baño y me pide que le corte el pelo. Mi única experiencia con las tijeras y el cabello fue en mi propia cabeza, hace como unos quince años, ocasión tras la cual tuve que acudir de urgencia a la peluquería, a que remediaran el experimento fallido. Pero Matilda no parece asustarse por mis antecedentes, y su tranquilidad me genera confianza: antes de que alguna de las dos se arrepienta, empuño las tijeras de mi escritorio (si mi casa se caracteriza por algo, debería ser porque tengo un par de tijeras en casi todos lados: cocina, escritorio, baño, cuartos de las nenas... ¡dios no permita que no encuentre un par de tijeras cuando las necesito!) Cuando termino, miro lo que la revista Billiken llamaría "modelo terminado". No quedó nada mal, me digo, y me doy, incrédula, una casi imperceptible palmadita en la espalda, mientras mi hija sonríe frente al espejo.

En plena lectura, antes del arriesgado pedido