domingo, 2 de octubre de 2011

Memoria y Traición

(2 de enero de 2009)

Me sorprendió ver mi nombre, hace pocos días, como supuesta traductora de un cuento de Philippe Djian que no traduje yo (el enlace a la publicación digital original ya no funciona). Mi viejo me mandó, todo orgulloso, el enlace en cuestión, para que yo viera lo que (pensaría él) no le había contado: una traducción mía publicada en el suplemento cultural de un diario argentino. Me quedé helada.

Primero, pensé que se trataba de una broma de mis viejos, del día de los inocentes (esto salió publicado el 28 de diciembre, y yo les había hecho una broma a mis viejos ese día; pensé que se quedaron algo calientes, y me retrucaban con algo que me diera un poco de escalofríos).

Después, cuando me juraron y recontrajuraron que era auténtico (y cuando les creí), se me ocurrieron tres teorías acerca de por qué figuraba mi nombre:

1) Existe otra Diana Arbiser en este mundo, que además TAMBIÉN es traductora (opción más descabellada, pero no por eso menos probable), o bien,
2) alguien que me conoce me quiso hacer una broma, o, finalmente,
3) alguien se afanó esta traducción (¿este cuento ya estaría traducido al español?) y, para protegerse y no poner su nombre, puso el mío (esta opción puede combinarse con la opción 2, porque tiene que ser alguien que me conoce, no se explica, si no, cómo figura mi nombre ahí).

Algo, no sé qué, me hizo pensar en Sergio Olguín. Le escribí, confiando en que él (escritor, periodista y ex-director de la "V de Vian", revista con la que yo colaboraba en los años 90, como fotógrafa y traductora) podría averiguar la respuesta. ¿Habría yo hecho esa traducción para la "V", allá lejos y hace tiempo? No, no era posible, tendría que recordarla; no sólo por lo exótico del cuento, sino por lo mala que es la traducción.

Le escribí sin demasiadas esperanzas; las tres direcciones de correo electrónico que conservo de él tienen, sin duda, más de dos años de antigüedad, y eso (lo sabemos) es la prehistoria en el ciberéter. Me atrevería a apostar a que su padre sigue viviendo en la misma casa de siempre en Lanús, pero no a que Sergio sigue conservando alguna de estas direcciones de correo.

La providencia quiso que no realizara mi apuesta a viva voz, porque muy mal me hubiera ido: recibí una respuesta enseguida. Me resultaba muy guarango ir al grano sin un "Hola, ¿cómo andás, tantos años?" Pero fui guaranga, y mucho, porque la situación lo exigía. Mi mente ya maquinaba pedidos de hábeas data para ver quién habría robado mi identidad. Empiezan por poner tu nombre en una traducción apócrifa, ¿qué sigue después? ¿Robo de datos bancarios? ¿Impuestos impagos atribuidos a mi persona? ¿Hijos no reconocidos? Le planteé a Sergio mi dilema y quedé encomendada a su buena voluntad para que me averiguara qué carajos era este complot internacional contra mi persona y mi buen nombre.

Mi paranoia fue a dar de bruces (junto con mi orgullo por mi "memoria brillante", de la que trato de no hacer alarde sin demasiado éxito) cuando Sergio me dijo que yo había hecho esa traducción. Que desde hace un par de meses, es el responsable de la sección de cultura de ese diario y eligió publicar el cuento de Djian que yo había traducido del francés para la "V", quién sabe cuándo.

Todavía en estado de semi-conmoción, sigo sin entender cómo pude haber olvidado que traduje ese cuento. Lo leo y lo releo y no logro recordar nada. Y sigo pensando, como pensaba antes de saber que era mía, que la traducción da lástima.