martes, 13 de agosto de 2013

Tormentas tropicales de verano

Despertarse en mitad de la noche porque cae un rayo muy cerca de tu casa es una experiencia que no les recomiendo. Como últimamente duermo como un tronco, la sensación es de que volvió la guerra fría y la Unión Soviética decidió, en un arranque de "les vamos a enseñar lo que es bueno a estos yanquis", bombardear el ignoto estado de Idaho. Pero unos pocos instantes despierta tras el sacudón alcanzan para entender que sólo se trató de la madre naturaleza que, por el volumen del sonido, acaba de enviar un mensaje muy cerca de mi casa.

Uno de los métodos que alguna vez me contaron que sirve para saber a qué distancia cayó el rayo es calcular los segundos (como si tal cosa se pudiera hacer sin un segundero) entre el relámpago y el trueno. Espero en la cama pacientemente, y enseguida veo la luz. Cuento en silencio, "Uno, dos, tres..." y antes de que me acuerde que al tres le sigue el cuatro, escucho el bramido. Si no recuerdo mal, eso significa que el rayo impactó a eso de unos tres kilómetros de donde yo estoy. Decido salir al jardín, para cerrar la sombrilla que cubre la mesa y acostarla en el piso, no sea cuestión de que termine siendo un improvisado pararrayos. Aunque, ¿cuál es la probabilidad de que caiga un rayo dos veces en el mismo lugar? Casi, casi como ganar la lotería dos veces. Medio raro, sí, pero existen eventos comprobados.

Una vecina una vez me contó que, muchos años antes de que yo me mudara al barrio, cayó un rayo sobre mi casa, y que por eso muchos pensaban que estaba embrujada, o jodida de alguna manera. El dueño anterior me contó también que él y su esposa habían intentado, sin éxito, plantar un árbol, no una sino dos veces en el jardín del frente de la casa, y ambas veces el resultado fue nefasto, con la muerte de sendos árboles poco tiempo después del trasplante. Cuando salgo al jardín a cerrar la sombrilla para no emular a Benjamín Franklin, pienso en los dos árboles que no pudieron ser, y me pregunto si será posible plantar alguna vez un tercero, o si no será mejor admirar el milagro de que simplemente el pasto pueda seguir creciendo tras saber que alguna vez impactó un rayo en este mismísimo lugar. Debería conformarme con tener todos los árboles que tengo en el fondo de la casa.

Pero como no soy un bicho conformista, y como lo que me guía es el optimismo, pienso que tal vez, y a pesar de los fracasos de la historia, algún día valdrá la pena plantar un tercer árbol. Incluso si llega a fenecer nuevamente, valdrá la pena haberlo intentado.

Justo antes de volver a entrar a la casa tras cerrar la sombrilla, veo otro relámpago que ilumina el jardín y me lo muestra en todo su esplendor durante unos brevísimos instantes. Cuento, "Uno, dos, tres..." hasta diez. El relámpago siguiente me hace llegar hasta veinte o más en mi cuenta. La tormenta se aleja. Es difícil saber si la calma me tranquiliza o me entristece. Pero que no haya caído un rayo sobre mi casa me hace sentir eternamente agradecida. No olvidemos que, después de todo, hoy es martes 13.

1 comentario:

Elizabeth Dychter dijo...

Probá con un ficus de plástico