domingo, 11 de agosto de 2013

Claridades que se dibujan nítidamente en la silueta del humo de un cigarrillo

Freno en un semáforo, y veo que la señora al volante del Pontiac rojo que está a mi derecha tiene un cigarrillo encendido, que le cuelga entre los dedos índice y medio de su mano izquierda. En un acto reflejo, cierro rápidamente las ventanillas, que están abiertas a medias, antes de que el humo inunde el pequeño universo que ocupo con mis hijas en mi coche. Vera, a mi derecha (sí, hace rato que viaja en el asiento del copiloto), se sobresalta levemente, pero me conoce desde hace más de catorce años. Es mirar hacia afuera y entender enseguida el porqué de mi accionar. Sin necesidad de ser redundante, sólo dice, "Además, no tiene espejito". Noto entonces que, efectivamente, su espejo retrovisor lateral sólo es una carcasa sin relleno. "Con lo que gasta en tres paquetes de cigarrillos, seguramente podría comprarse un espejito nuevo", pienso en voz alta. "Pero todos tenemos prioridades distintas". Y entonces me doy cuenta de que no estoy hablando de la señora al volante del Pontiac rojo que está a la derecha, cuyas prioridades, francamente, me son indiferentes. Estoy hablando de otra persona.

Cuando llegó a mi vida, hace dos años y medio, yo sabía que él fumaba, pero me había dicho que estaba tratando dejar. Siempre un continuo, un gerundio: tratando, intentando, probando, luchando. La frase que usó, sin embargo, y que me conmovió, fue algo así como que  se había dicho a sí mismo que iba a dejar de fumar el día que tuviera a quien darle un beso de buenas noches. Pero las noches pasaron,  los besos se hicieron cada vez más esporádicos, y el cigarrillo siguió estando siempre presente. Casi como un recordatorio ardiente y mudo de lo que no pudo ser, de lo que jamás será. El cigarrillo es, en cierto modo, una causa lateral pero inevitable. El cigarrillo es el símbolo de la falta de compromiso, y de la falta de interés en un futuro juntos. Cigarrillo equivale a enfermedad y muerte en mi cabeza. Y hay ciertos tipos de muerte que ocurren incluso antes que la desaparición física. Entonces sé que cuando hablo de la tipa del Pontiac rojo, en realidad estoy hablando de él, y que su espejo retrovisor es mi beso de buenas noches. Irrelevante. Olvidable. Segunda prioridad (que es casi como decir prioridad de segunda). Su cigarrillo es el cigarrillo siempre encendido de alguien que, en mi vida, poco a poco se fue apagando.

El semáforo se pone verde. Salgo rápido, para poder pasar al Pontiac rojo y abrir las ventanillas. Las abro casi tan abruptamente como las cerré, pero esta vez las abro del todo. El viento inunda nuestro pequeño universo, revuelve las cabelleras, los papeles sueltos, las ganas de que este verano no termine nunca. Como todos los veranos, desde que me mudé a Boise, este es breve y tiene un final que se vislumbra en las noches más frescas y el comienzo incipiente de las clases. Y siempre está el verano próximo, claro, como expresión de deseo necesaria, para poder pasar el invierno que se me viene.



Acompaña Nerina Pallot, con "Cigarette"