domingo, 10 de junio de 2012

Recuerdos del presente

Cuando no me gusta el destino al que voy (la casa de mi ex marido, en este caso), elijo el camino que más me agrada. Voy por la ruta pintoresca que, aunque un poco más larga, es mucho más hermosa. Disfruto cada curva del camino irregular, dejo que me penetren los sonidos de los árboles, me dejo sobresaltar por los pájaros. Respiro la tierra seca que pide agua a gritos, el graznar de los patos inquietos, tal vez hambrientos (o aburridos, vaya a saberse); imagino, sin ver, el agua helada del río que corre más abajo, ajeno a mi viaje. El paisaje se transforma y me transforma; metamorfosis inesperada. No recorro la montaña: soy la montaña.

Tendemos a olvidarnos de que no se trata del destino, sino del viaje. El camino de vuelta se me hace demasiado corto. El sol cae y el volumen de los sonidos aumenta. Atravesada por el verde de la vegetación que parece haber crecido desmesuradamente durante estos pocos minutos que pasé en el sitio al que no quería ir, sé que disfruté cada milímetro recorrido hasta llegar al punto de máximo distanciamiento. Y ya estoy de vuelta en casa, como si nada hubiera ocurrido nunca.

Es abrir la puerta y darme cuenta de que jamás me despedí al irme de ahí. ¿Y qué? Tampoco nadie me dio la bienvenida cuando llegué.